Editorial Bajo la
luna, Buenos Aires, 2017.
Lo primero que leemos es un
poema en inglés de Wallace Stevens: “Uno debe tener un ánimo de
invierno /para considerar la escarcha y las ramas…”. Tras esto, comienza la novela
y la nieve solo aparecerá en la página 123.
Pero antes, un título sin duda
desafiante: esa palabra, judío, en
una novela escrita por quien decide desentrañar una historia familiar. El marco
es una situación habitual: un casamiento, una pareja que hace primero su
ceremonia civil y luego se prepara para un festejo que se ve alterado por el
aviso de que el padre del novio ha sido internado por unos dolores que
supuestamente corresponden a una hernia que va a ser operada de urgencia pero
sin ningún mal pronostico .
Y de aquí en más se despliegan
los datos: la novia, Anita, es católica: Hernán, el novio, es el hijo de Elías
Fauré, el buen judío, que ha dejado de serlo, rechazado y condenado por su
entorno religioso pero también familiar, ya que se ha casado en segundas
nupcias con una mujer no judía, madre de Hernán y de Martín.
Al conflicto religioso, que más
que religioso es en todo caso cultural, se añade los naturales roces entre
hermanos, hermanastros, medio hermanos y por supuestos, parientes políticos.
Como dice León Tolstoi en el comienzo de su novela Ana Karenina, “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.
Como dice León Tolstoi en el comienzo de su novela Ana Karenina, “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.
La enfermedad resulta no ser tan
sencilla como se dijo en un primer momento. Ya en la fiesta,” …Alguien se
acerca, un amigo de tus padres. Está muy serio y te habla al oído. Te dice que
tu papá acaba de sufrir un paro: doce minutos. Y que está en coma. (…) Vos verás a tu mujer bailar (…) Pasás el
whisky de una mano a la otra y lentamente te acercás- la abrazás, la besás. le decís
al oído lo que te acaban de decir. (pag. 18)
Los novios deben cancelar su
viaje de luna de miel. Anita no puede dedicarse como ella quisiera para
recuperar los regalos de casamiento y con ellos organizar su nueva casa,
entonces su personalidad organizadora la hace centrar en el sanatorio donde su
suegro es atendido, la circulación de las visitas,
Y entonces no son solamente los
familiares más directos los que se turnan para acompañar a Elías, sino también
algunos jóvenes que se presentan para leer textos religiosos frente al hombre en
coma.
De los posibles encontronazos
que muestran cómo en las familias los malentendidos y las reconciliaciones
albergan celos y competencia frente al cariño de los mayores, la más
significativa es aquella en la cual Natalia, la hija ortodoxa de Elías, que se
ha apartado de él hace mucho tiempo precisamente por las diferencias en el
respeto a sus raíces, encuentra a Anita masajeando los pies del padre y
reacciona con la violencia de quien se siente desplazada aunque no haya sido
así. Natalia es uno de los personajes que se enfrenta, en la apariencia de un
conflicto familiar, con sus propias inseguridades y conflictos sentimentales
sin resolver.
Si bien los personajes protagónicos
tienen la fuerza de encarnar los
principios de dos culturas, los secundarios son los que muestran también cómo
en una sociedad multicultural como la nuestra los valores familiares se
encarnan también en la propiedad del comercio, en el desarrollo empresarial, en
el futuro de un Israel que no solo significa el retorno a las raíces sino
también la posibilidad de recuperar la tierra prometida.
Revelador resulta cómo las
nuevas generaciones desarrollan una propuesta que ya no es solamente el
reconocimiento de de unas raíces culturales sostenidas no solo por la religión
sino también por el desarrollo de un comercio –ese barrio de Once, esas
sinagogas, los libros de la fe- sino también la elección de ese Israel que se
opone a la Palestina que también comienza a ser encarnada en nuestra Argentina
y en otros países donde se debate quien es el dueño de la tierra. La organización
representada por Solomon Naim, amigo entrañable de Elías, One Israel of Our Own , se suma el proyecto de construir un refugio
antimisilistico en Sderot. Y en un malentendido que de algún modo es metafórico,
Martín y su socio Daniel lo reciben a Solomon ofreciéndole la construcción de
un espacio para ricos en Vicente López.
Destaca en esta novela no solo
la habilidad de la trama, que si bien no se define prontamente, alcanza para
que el lector vaya imaginando hacia donde se dirige, sino principalmente la
importancia del detalle y de las escenas, a menudo encontronazos, entre quienes
asumen y se disputan el vinculo con Elías, que es quien, por haberse negado a
conservar su categoría de “buen judío”, se convierte en el eje de las idas y
venidas sobre la identidad y sobre todo, sobre el derecho a sostener la supremacía
histórica del pueblo judío.
Un personaje que revela cómo
nunca lo aparente es lo verdadero, es González, el médico que atiende a Elías,
y que a pesar de haber empleado todos los recursos para rescatarlo del coma, se
siente ineficaz. La autora realiza entonces un trueque revelador: González es quien
va a asociar la enfermedad de Elías con alguien que se pierde en medio de la
nieve y no sabe adónde está. Algo lo hace buscar en su biblioteca un libro que
recuerda vagamente, lo encuentra, lo abre con ansiedad, da con el poema: “Lee: uno debe tener un ánimo de invierno, para
considerar la escarcha y las ramas. Cómo no lo recordó antes. Sigue: y haber tenido frio un largo tiempo. (p 116)”. Esa es la definición de por qué
Elías no despierta.
Llega al hospital y en la
habitación de su paciente susurra “Elías: ya podrías despertar, dice. Pero González
no es dios y Elías no abre los ojos. Permanece en su cueva de hielo, inmóvil. Repite.
No hay nada alrededor, nada visible, solo
la nieve que abraza lo fértil, la que detiene el tiempo. (pag. 117)
Esta es la primera novela de
Carolina Esses, y sorprende su capacidad de llevar la historia hacia un final
donde ese poema que le sirve de acápite transforma su desarrollo en una
hipérbole: la nieve, la muerte, quien sabe si esas hojas, esas ramas, no son en
todo caso el símbolo de las vidas de todos los humanos, donde nunca el final es
solamente la enfermedad o la muerte, sino también, el equívoco, la pérdida de
un amor al que nadie asume como salvación: en todo caso, la excusa para
constituir una familia y una sociedad que perpetúen un mundo revuelto,
confundido, extraño.
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