La educación
de un escritor
Nos encontramos una mañana de invierno, su primera mañana en Buenos Aires, en el café de la librería Eterna Cadencia, en el barrio de Palermo. Llega tarde, y eso me permite sacarme el sueño y el apurón. Es alto y está vestido de jean, y a medida que avanzamos en la charla le va apareciendo una sonrisa cálida y a veces burlona.
Empiezo
pidiéndole grabar, y me acuerdo cómo una vez que le hice una entrevista a Bioy
Casares el grabador no grabó nada y yo no había tomado apuntes. Me dice entonces que él lleva dos grabadores, y alguna vez pensó en llevar tres, se
reconoce como un obsesivo.
Le cuento que,
como estudiante de letras, tengo un prejuicio,
que es no leer lo que lee todo el mundo. Cerca de mi casa tengo una librería
en cuya vidriera estaba tu libro, le digo. Había visto toda la publicidad
y….”¿ Y te parecía sospechoso, verdad?”, me dice. Y añade que el libro ha
tenido que enfrentarse con ese problema. Otro de sus problemas es llamarse
Gamboa, y que lo presenten como Santiago Gamboa, el colombiano. Nos reímos.
Porque es lo que acabo de hacer yo misma. Me cuenta que en Colombia todo el
tiempo tuvo que aclarar que no era él.
Ahora hablo
yo: “Vencí el prejuicio, leí el libro, leí las críticas y creo que la novela
libra su propia batalla contra algo que se construyó alrededor, que no está
mal, la propaganda, el aval de Vargas Llosa, y se defiende muy legítimamente.”
Y me cuenta que el proceso de “apadrinamiento” de Vargas Llosa