Ingresé a la Facultad de
Filosofía y Letras en marzo de 1960. Mi primera materia: Introducción a la
Literatura. Profesora titular: la doctora Ana María Barrenechea. En un apartado
del programa, donde leímos teatro, Los justos,
de Albert Camus. Que había muerto apenas dos meses antes, a los 47 años. Nunca
supe si fue un homenaje de esta profesora extraordinaria que en este momento
tenía 46, o un casualidad a la que la llevó su deseo de introducirnos en aquellos
que en esos años –apenas tres de que Camus recibiera el Premio Nobel, y menos
de diez de su ruptura con Sartre- eran los puntos de interés y debate
intelectual. Junto con Los justos,
la obra de Sartre que de algún modo le hace espejo: Las manos sucias.
“Caliente, pensaban los
parisinos. El aire de primavera. Era la noche en guerra, la alerta. Pero la
noche pasaría, la guerra estaba lejos. Los que no dormían, los enfermos
encogidos en sus camas, las madres con hijos en el frente, las enamoradas con
ojos ajados por las lágrimas, oían el primer jadeo de la sirena. Aun no era más
que una honda exhalación, similar al suspiro que sale de un pecho oprimido . en
unos instantes, todo el cielo se llenaría de clamores. Llegaban de muy lejos,
de los confines del horizonte, sin prisa, se diría. Los que dormían soñaban con
el mar que empuja ante sí sus olas y guijarros, con la tormenta que sacude el
bosque en marzo, con un rebaño de bueyes que corre pesadamente haciendo temblar
la tierra, hasta que al fin el sueño cedía
y, abriendo apenas los ojos, murmuraban: “¿Es la alarma?”
Más nerviosas, más vivaces, las
mujeres ya estaban en pie, algunas, tras cerrar ventanas y postigos, volvían a
acostarse. El día anterior, lunes 3 de junio, por primera vez desde el comienzo
de la guerra habían caído bombas sobre país. Sin embargo la gente seguía
tranquila. Las noticias eran malas pero no se las creían. Tampoco se habían creído
el anuncio de una victoria.”[1]
El 14 de junio de 1940, las
tropas alemanas entran en París.