Ella había
bajado esa tarde, como muchas otras, dejando atrás el estudio de paredes oscuras, la vieja mesa de roble sin barniz en la que se acumulaban sus papeles.
Pero no había sido solamente el deseo de caminar por
aquellas calles en las que había asomado a la vida, por primera vez, hacía más
de treinta años. Al volver a leer una vez más los amarillentos papeles,
aquellas cartas que tanto le costó conseguir -el viejo de piel transparente y
melena peinada