Un adiós a
Alicia Steimberg
Conocì a Alicia Steimberg en un lugar que hoy
resulta mítico: el Centro Editor de América Latina. La oficina: calle Piedras y
Avenida de Mayo. Eran los finales de los años 60, y yo era una tímida
dactilógrafa, estudiante de Letras, convocada por Capítulo, la Historia de la
Literatura Argentina, colección de fascículo más un libro que dirigía el
escritor Roger Pla y gerenciaba Luis Gregorich. Eran años difíciles (luego se
pondrían aun más difíciles), pero todos sentíamos que estábamos llevando
adelante, no importaba el lugar que ocupáramos, una empresa cultural que tenía
como lema "más libros para más". Alicia era también una tímida
escritora, que traía el original de su primera novela, Músicos y
relojeros .
Alicia llegaba con sus anteojitos, su aire de
profesora y su humor, un humor como pocas veces podría asociarse con la figura
de un escritor. No sabíamos mucho de su vida privada y leímos -creo que casi
todos- ese original tipeado en una máquina de escribir de las de aquellos
tiempos. ¿Todos? Sí, seguramente Luis Gregorich, el director de esa nueva
colección, Narradores de hoy, y probablemente Esteban Fassio, el patafísico
autor de la Máquina para leer Rayuela a la que se referiría poco después Julio Cortázar
en La vuelta al día en 80 mundos, Beatriz Sarlo, Hugo Rapoport, Oscar Terán,
José Vazeilles, Jorge Lafforgue, Marta Carreras y tantos que sin dudas olvido
en este momento, pero que merecen el recuerdo en la historia de la cultura
argentina que algún día se escribirá.
Ese mundo iba a terminarse en pocos años más,
cuando las amenazas de bombas y las apretadas desde distintos sectores
amenazaran la estabilidad de una editorial que fue gloriosa. Pero como los
verdaderos vínculos se mantienen a lo largo del tiempo, no solamente nos
reencontramos con Alicia, sino que fui leyéndola porque me resultaba realmente
una gran escritora. Sobre todo, resultaba atractiva su manera de incorporar una
cotidianidad y una historia personal sin por eso caer en ninguna forma de
costumbrismo obvio: La loca 101 (1973); Su espíritu inocente (1981) y, ya en
1986, El árbol del placer, una historia cuyo delirio me hizo reír a las
carcajadas en algunos de sus tramos: el monólogo de uno de los personajes en el
que describe los tipos homeopáticos con un sentido del absurdo poco común en la
literatura argentina de entonces. La selva y La música de Julia , su última novela, culminan, junto con Cuando digo
Magdalena (Premio Planeta 1992), una trayectoria de alta calidad literaria.
Mientras tanto, habíamos empezado a reunirnos las
tardes del domingo en la casa de Natu Poblet, unos pisos más arriba de su
librería Clásica y Moderna. Eran reuniones abiertas, al caer la tarde, y los
más asiduos eran Ernesto Schoó, Oscar Hermes Villordo, Natalia Kohen, Juan José
Hernández, Cristina Mucci, Héctor Lastra, Elsa Osorio, Vilma Colina, Juan José
Sebreli, Enrique Pezzoni, Pepe Bianco, Jorge Masciangioli.
De allí saldrían innumerables anécdotas y la
producción literaria que cada uno de nosotros iba arrimando a la historia.
Alicia era un personaje que a todos nos alegraba la vida.