Difícil elegir cómo abordar el comentario de
una novela que ofrece muchos caminos. Y desconcierta. En una entrevista a Di
Marco se dijo que era “una novela desesperante”. Quizás lo sea. ¿Pero por qué? Porque
la identidad de nosotros los lectores, se va disolviendo en una perspectiva de
desintegración de los personajes.
En mi caso particular, ese mundo de
editoriales, suplementos culturales y ferias del libro internacionales, me
permite entender algunos guiños que quizás a otros no les representen más que
la descripción de un mundo al que no se han acercado. Pero la alusión a una
editorial pequeña, respetuosa de los clásicos y de cierta tradición, que luego
es absorbida por un pulpo multinacional que termina vaciándola, nos permite
analogías de lo que ocurrió en nuestro país hace pocas décadas.
Y el surgimiento de pequeñas editoriales de cuidadosa presentación y excelentes catálogos, como es el caso de Odelia, que a publicado esta segunda novela de Di Marco en 2018, anteriormente publicada en Colombia en 2012.
Sería banal limitar el comentario a ese contexto: se trata de un relato barroco y al mismo tiempo
ceñido a un admirable creación de personajes: Irene, Álvaro, Rafael, Ignacio,
Laura, y otros secundarios que contribuyen no solo a la trama sino también al
desarrollo de un juego de espejos, elemento
que aparecerá en la novela como metáfora pero también como dato de la realidad.
Los personajes van creciendo y dejando lugar
unos a otros, a veces desapareciendo para resurgir en momentos en los que
permitirán al que se yergue como paradigma, Rafael, poder adentrarse en una vida que ha seguido
derroteros inesperados y nunca el lector sabrá si lo ha satisfecho.
Di Marco nos ofrece como lectores la
posibilidad de desentrañar también la identidad de un autor que quiere confundirse
con el crítico que seguramente es. Dentro y fuera de la novela. Lector, narrador, creador de una propuesta
de lectura no solo atractiva sino también filosóficamente interesante: cómo se
transforma una vida a partir de la pérdida de aquel rostro que se tuvo y al que
el espejo devuelve convertido en otro. Y el amor, una renuncia a la que la
vejez no está dispuesta a ceder, a través del personaje femenino misterioso y
evanescente de Irene.
Además, el homenaje a una Venecia que se confunde con el sueño de un ser enfermo, físicamente derrotado, pero capaz de arriesgarse a una búsqueda que podría ser el delirio de un agonizante pero también el sueño de un artista frustrado.
Y la pregunta: ¿quién es el autor del ·”Tríptico
del desamparo”? Lectores, arriésguense.
No hay comentarios:
Publicar un comentario