Mañana de sábado. Babelia, mi lectura del café.
Insuperable suplemento del diario español El País. Nunca me falta, me abre al
mundo, me trae novedades, incentivos de lectura, y también recuerdos.
Hoy, un libro que trataré de tener pronto. Aunque no
siempre es fácil, hay que esperar que algún distribuidor lo haga. “El joven sin
alma”, de Vicente Molina Foix. La entrevista de Juan Cruz es profunda y pone el
énfasis en el sentimiento y en el desdoblamiento del narrador. Dos preguntas
que me impresionan: “¿Y es un libro triste?” Y la afirmación que cierra el
texto: “Es la vez que usted amó.” Y la respuesta, lacónica; Sí, esa es la vez
que amé, exacto.”
A continuación,
Jordi Costa cuenta en tres columnas los entretelones vitales de esos poetas y prosistas–sus nombres son para mí entrañables, el eco de mis propios años 60-, Pere Gimferrer, Leopoldo Panero, Terenci Moix, Guillermo Carnero, José María Castellet, Juan García Hortelano, Gil de Biedma, Esther Tusquets. Y los “Nueve novísimos”, aquella antología de Castellet que busco en mi biblioteca, caminando unos pasos y llevada por una nostalgia quizás un poquito soberbia. Algo así como “qué poquitos pueden compartir esto conmigo…”
Jordi Costa cuenta en tres columnas los entretelones vitales de esos poetas y prosistas–sus nombres son para mí entrañables, el eco de mis propios años 60-, Pere Gimferrer, Leopoldo Panero, Terenci Moix, Guillermo Carnero, José María Castellet, Juan García Hortelano, Gil de Biedma, Esther Tusquets. Y los “Nueve novísimos”, aquella antología de Castellet que busco en mi biblioteca, caminando unos pasos y llevada por una nostalgia quizás un poquito soberbia. Algo así como “qué poquitos pueden compartir esto conmigo…”
Y lo encuentro. Me emociona. Es la primera edición,
Barcelona, Barral, 1970. Con una tapa que, aunque gastada, conserva todavía su
juego de colores. Me sorprende lo que Castellet antepone a su prólogo como
justificación: “Cómo me hubiera gustado volver atrás…tener veinticinco años,
haber heredado el mundo entero y estar lleno de fe y alegría”. El autor,
Francis Scott Fitzgerald. Sorprende. Americano. Novelista.
Pero entonces en los estantes, me saltan los títulos
y autores que son mis raíces, ese arraigo que solo se tiene cuando se ha vivido
una vida de libros, de palabras inolvidables…y están mezclados, pero es la
literatura española… Miguel de Unamuno, "Antología poética", Jaime
Gil de Biedma, “Cántico y la poesía de Jorge Guillén”, Luis Cernuda, “Poesía
española contemporánea”, estudios, es un libro de 1957, Lope de Vega, “Servir a
señor discreto”, Menéndez Pidal, “De Cervantes a Lope de Vega”. Y más, y más, Luis
y Juan Goytisolo, que fui leyendo a medida que publicaban sus libros, y José
Hierro, y Ana María Matute, Juan Marsé, Merce Rodoreda, y Calderón y Boscán, y
la historia, John Elliot, “Adiós España”, de Howard Sachar, sobre los judíos y
su éxodo…
Entonces llego a un libro de tapas que fueron grises
y hoy están muy estropeadas: “Antolojía poética”, sí, así con jota en vez de
ge, de Juan Ramón Jiménez. Este libro no lo compré yo, era de mi padre, de esa
biblioteca pequeña pero rica que heredé, con su Cervantes, su Santa Teresa, su
Lope de Vega, su Benito Pérez Galdós, aquellas ediciones de Aguilar en papel
biblia, su Antonio Machado.
Lo abro y me encuentro subrayados, ¿sería él o habrá
sido yo? “!Tus dos manos, esperanza/ mía, y condúceme, enhiestas,/bajo las
estrellas puras/ del cielo que llevo dentro!” o “Puesto que todo lo que piensa
olvida,/ puesto que lo sentido todo pasa,/ ¡oh dicha sin razón y sin sentido,/
sé tú constante!.”
Es de Editorial Losada, claro, un español del exilio,
don Gonzalo Losada, publicada en 1944. Mi padre la compró, a sus 28 años,
llegado de Granada, de su pueblo, el Padul, con 19. Tardé muchos años en
entender que no era una persona común: traía de su tierra, como decía él, todo
lo que en aquellos años previos a la guerra había circulado como ideas
renovadoras. Y por eso se fueron, me dijo alguien cuando visité el pueblo hace
diez años. Aunque ya había estado con él años antes, la primera vez que fue luego
de la caída del franquismo. Antes, de ninguna manera.
Entonces siento que esta riqueza de vida y de
proyecto que debo a mis padres pero que pude construir con voluntad a pesar de
la historia tan compleja de esta Argentina a la que le cuesta volver a ponerse
de pie, me libera de contrariedades, me libera también de las dificultades de
una vida cotidiana donde no siempre es la inteligencia, la eficacia, la
seriedad en los objetivos, la gratitud, el reconocimiento, lo que predomina.
¡Pobres de los que creen que el fulgor momentáneo de
un “poder” ganado a fuerza de concesiones alimenta el alma!
Juan Cruz le pregunta a Molina Foix en la entrevista
antes citada: “¿El libro le ha servido para recuperar el alma?”.
Y desde lejos, le contesto a Juan Cruz: “A mí mis
libros me sirven para recuperar el alma, sí, y para usarla como talismán que
aleje la envidia, el odio, la insatisfacción, la mentira”.
Gracias, Vicente, Gracias, Juan.
¡Qué lindo!
ResponderEliminarMuchas gracias!
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