Lo tomo hoy, día en que celebro
el estreno de Zama, dirigida por Lucrecia Martel.
***
Antonio Di Benedetto: los anteojos, la boina
“Procuré ocupar la cabeza en el motivo de mi caminata, en el hecho de
que yo esperaba un barco…”
Di Benedetto, Zama
Son las doce de un
frío día primaveral, hace hoy [i]casi
treinta años. El día de San Isidro en Madrid.
Sentada en el
comedorcito del precioso piso de la Glorieta de Rubén Darío, la puerta se abre
a mis espaldas. Es Beatriz Guido, la dueña de casa, la recién nombrada por el
presidente Alfonsín encargada de Asuntos Culturales de la Embajada Argentina en
España, con rango de ministro.
En un momento en el
que todos estábamos llenos de esperanzas en la democracia, la generosa Beatriz
había salido de años de postergación, que incluían una economía de gran
austeridad, en su departamento de la calle Vicente López, en el que había
agasajado a José Donoso y amigos en su visita del 82, y al que yo iba con
cierta frecuencia.
Y digo la generosa
Beatriz porque de inmediato ofreció a sus amigos visitarla cuando quisieran en
el piso de Madrid. Yo fui una de las favorecidas, en mayo del 84, cuando ella
llevaba apenas unos meses.
Volvemos a Madrid.
Acabo de cortar una comunicación telefónica,
y le cuento que hablaba con
Antonio Di Benedetto, a quien traigo unos libros, pero no conozco en persona, y
que me invita a almorzar al día siguiente a un restaurant italiano. Beatriz,
siempre bromista, se ríe y me dice “te
va a pellizcar”. “Ay, no me asustes, Beatriz”, digo yo.
*
En
1982 me encontraba trabajando en el Círculo de Lectores. Había reemplazado al
poeta Alberto Vanasco como asesora literaria, y por cierto era un trabajo
interesante. (…)
Ofrecí incluir
libros de autores argentinos que en esos momentos se vendían con éxito y eran
verdaderas novedades literarias. Esto nunca se había hecho en Círculo de
Argentina.
Mi propuesta fue
aceptada y los primeros libros publicados fueron Juanamanuela mucha mujer, de Martha Mercader, Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Asís, Cerrado por melancolía, de Isidoro
Blaisten.
También propuse
organizar un concurso de cuento. En esos momentos vivían fuera del país por
razones políticas o ideológicas escritores como Juan Martini, Héctor
Libertella, Daniel Moyano, Antonio Di Benedetto, y la idea fue incluir a todos aquellos que vivieran
en Argentina o fuera de ella. (…)
Organizar ese
concurso tuvo todos los encantos de un verdadero desafío. Reglamento de la
convocatoria, dónde se entregarían los trabajos, plazos, regular todo aquello
que nos garantizara un impecable procedimiento. Y lo más importante: cómo
provocar un fuerte impacto en público y escritores, ya que eran tiempos en los
que el ámbito literario no ofrecía mayores estímulos. (…)
Luego vino el tema
de los jurados. Y allí la decisión abrió nuevos caminos, ya que al nombre de
Borges, con quien yo trabajaba por las mañanas en la escritura de un prólogo a
obras de Shakespeare, se añadió el de José Donoso, que acababa de regresar a
Chile de su exilio en España, y que se convertiría en uno de mis más grandes
amigos.
Pero quisimos que
los jurados fueran cinco, y uno debía ser yo, en representación de la
editorial. Entonces surgieron los nombres de dos de los profesores y críticos
más prestigiosos de ese momento –amigos, por lo demás-: Jorge Lafforgue y
Enrique Pezzoni.
En otro lugar de
este libro hablo más in extenso de
este concurso, pero quiero recordar aquí que Di Benedetto mandó tres cuentos,
que llegaron al borde de la fecha establecida por el reglamento. Por esa razón
nos escribimos algunas cartas –aun recuerdo su estilo respetuoso.
Uno de ellos resultó
entre los finalistas y fue incluido en el libro “Cuentos de hoy mismo”, que le
llevaba a Madrid en mi visita.
Resulta
indispensable recordar aquí que Di Benedetto vivía en Madrid luego de haber
sido detenido en Mendoza por la dictadura militar. Antonio estaba en su
despacho el 24 de marzo de 1976 y de allí lo sacaron los soldados. Estuvo
detenido hasta septiembre de 1977, fue torturado y lo sometieron a cuatro
simulacros de fusilamiento. Me contaría en Madrid que le habían roto sus
anteojos, cosa que para un miope –y yo lo sé bien- es una tragedia.
En Madrid Antonio
tuvo el apoyo y la amistad de Daniel Moyano, otro de los grandes escritores
detenidos por la dictadura. Pero Daniel era un hombre con mayor capacidad de
resistir, quizás también por ser más joven.
En nuestro primer
almuerzo la suspicacia de Beatriz tomó en cierto modo visos de realidad, ya que
en el momento de despedirnos –y esto porque yo me sentía un poco abrumada por
las quejas de Antonio respecto de su hija- me confesó que a través de nuestras
cartas había sentido que tenía una novia en Buenos Aires. Se lo conté a Beatriz
y ella de inmediato recordó que Di Benedetto había escrito un cuento donde un
episodio sentimental surgía a partir de unas cartas.
Con Daniel y Antonio
conocí un Madrid que para mí era por cierto fascinante, un Madrid antiguo y
popular, donde por ejemplo supe, al cruzar el Puente de la Cebada, que mi
querido Pepe Donoso solía caminar por allí.
Y como Daniel era
chelista de la orquesta del Real de Madrid, fui a un increíble ensayo de
Bohème, de Puccini, nada menos que con Luciano Pavarotti.
Ahora, casi treinta años después, me pregunto
quién se ocupó de estos dos escritores que ya no eran jóvenes, y que padecieron
en su cuerpo la crueldad de la dictadura militar. Porque hubo otros exiliados
que lo fueron por decisión propia –y eso no está mal- y además tenían muchos
años menos: Soriano, Martini, Libertella, por nombrar solamente algunos. Moyano
cobraba el paro, inexplicablemente, o quizás hubiera conseguido la
nacionalidad.
Moyano se quedó en España, su obra ha sido
inmerecidamente olvidada, Antonio volvió a Buenos Aires, no a Mendoza, ese año de 1984 y pude ayudarlo
encargándole que escribiera sobre la región de Cuyo, para un libro que nunca se
publicó: Maravillosa Argentina.
Vino a visitarme varias veces a mi hermoso y
soleado despacho de la Dirección de Bibliotecas, en la calle Talcahuano, y recuerdo que me contó
que se había caído en la calle.
Poco después murió, dicen que de un derrame
cerebral. Nadie sabrá si la caída fue causa o consecuencia, nadie sabrá si los
golpes que recibió en prisión dejaron secuelas.
Entre las peores historias de nuestra
Argentina, la injusticia de este final es un borrón tremendo. Era 1986, y poco
después moría en Madrid mi amiga Beatriz Guido.
Menos de quince años después, cuando yo me
desempeñaba como subdirectora de la Biblioteca Nacional, junto con Francisco
Delich como director, se me acercó un familiar de Antonio para ofrecerme
algunos objetos suyos. Recuerdo, entre ellos, su boina y sus anteojos de marco
grueso y oscuro, seguramente parecidos a aquellos que le habían pisoteado los
soldados que lo secuestraron.
Entonces organizamos un homenaje, y la fecha
elegida fue el 29 de marzo, porque pocos
días antes se habían cumplido 25 años del golpe militar. Hubo una mesa redonda
que coordiné, con Graciela Maturo, Rodolfo Braceli, Nicolás Sarquis y Teresita
Mauro Castellarín. Recuerdo con emoción la vitrina con los anteojos y la boina,
y no sé si habrá en el patrimonio fotográfico de la biblioteca registro de
esto.
Aunque la memoria personal –en este caso la mía y seguramente
la de muchos asistentes al acto- es el registro más humano y sensible.
CODA:
Ya en 2012 -¿recuerdo bien la fecha?- me
contactó Santiago Gallelli, de una compañía productora que planeaba filmar la
novela Zama de Di Benedetto. La dirigiría Lucrecia Martel. Como
Subsecretaria de Cultura en el ministerio de la ciudad, y con el equipo del
ministro Lombardi, nos habíamos ocupado de reglamentar y poner en
funcionamiento la Ley de Mecenazgo. Tuvimos una reunión con el ministro y otros
colaboradores en La Biela.
El proyecto se presentó y me ocupé
personalmente de disipar las dudas de algún miembro del consejo de mecenazgo. Y
fue declarado de interés cultural.
Ese mismo año incluí su cuento “Caballo en el salitral” en mi Antología
de cuento argentino, en los 100 años de Editorial El Ateneo.
Antonio, ¿sabrás que el ciclo de tu novela se
cierra de este modo? Porque ahora la película de Lucrecia Martel, la
extraordinaria directora de La ciénaga y La niña santa –son mis
película preferidas- es candidata al Oscar, elegida por la Academia Argentina
de Cine.
Es decir, desde tu cordillera mendocina, con
los anteojos rotos y la tortura, hasta Hollywood. Es decir, el bosque sagrado.
Pero ya estabas en ese bosque sagrado, el de los grandes, el de los
creadoras, y por qué no decirlo, el de las víctimas inocentes de la ignominia.
Está todo dicho. O más bien, escrito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario