Cada vez que recuerdo aquellos años, vuelvo a
congratularme de la universidad en la que me tocó estudiar. Era la universidad
de la libertad de cátedra, la del cogobierno estudiantil.
Aquellos eran unos años en los que la felicidad
tenía que ver con una actividad de búsqueda, pero además de riesgo. Era la
necesidad de darle una vuelta al pensamiento que habíamos recibido, un
pensamiento revolucionario que venía del partido comunista soviético, pero en
el comunismo francés y en el uruguayo habían empezado las críticas. Y de allí
surgiría
la división del PC argentino, el del famoso Codovila, y el surgimiento de lo
que primero se llamaría “la fracción” y luego el Partido Comunista
Revolucionario.
Filosofía ya se había trasladado a Independencia, y
nos reuníamos en los bares del entorno: Dean Funes e Independencia, Urquiza a
la vuelta, junto a la librería de Abel Langer. Las canciones de la guerra civil
española, y las de Charles Aznavour : Nathalie (« La place rouge été
vide »), Venecia sin ti (« Qu´est qu´est triste Venice”) eran mis
preferidas. Para mí era el momento del descubrimiento, había trabajado en el
Centro de Estudiantes de Ciencias Económicas informando a los alumnos, luego
trabajaría en el colegio Jean Piaget, y finalmente en el Centro Editor de
América Latina. Todos estos empleos significaban madrugar y trabajar muchas
horas. Luego las clases y los exámenes. Pero no me quejaba.
Yo había sido una buena militante estudiantil, y en
una campaña muy intensa había sido elegida delegada a la Junta Departamental.
Así fue que, de cara a modificar lo que en aquel momento nos parecía
vetusto, conseguimos que se aprobara el proyecto de una cátedra paralela de
literatura argentina, para la que propusimos como profesor a Noé Jitrik. Se
trataba de un joven profesor -apenas 38 años- que venía de Bezançon y
enseñaba en Córdoba. Creíamos que podía modificar la óptica un poco cerrada de
las otras cátedras, ya que tenía una visión donde un encuadre histórico
social armonizaba con la crítica meramente estilística, que era lo que
predominaba en la carrera. Como delegados estudiantiles habíamos planteado
nuestras inquietudes en asambleas departamentales y en general los profesores
se habían burlado de nosotros. Recuerdo quiénes, pero prefiero omitir sus
nombres.
Gracias a Jitrik descubrimos autores que no
conocíamos y enfoques que nos cambiaron nuestra perspectiva. Pero esto tuvo
corta vida: dictó su materia el primer cuatrimestre de 1966, y en junio fue el
golpe militar y un mes después la intervención.
El fin de la universidad reformista
En la sede de Independencia llevábamos casi un mes
de asambleas diarias. Estábamos reunidos en el Aula Magna y de pronto
escuchamos gritos en el hall. Era la policía.
Muchos corrieron a los pisos de arriba, pero era
inútil. La profesora de literatura española, Frida Kurlat, (que no estaba en la
asamblea sino reunida con sus ayudantes) me pidió temblando que buscara ayuda,
ya que yo era delegada de Junta Departamental. Antes de esto era como que no me
veía, aunque yo era alumna de nota alta. En
Letras, la militancia estudiantil era un pecado.
Pero ya no había ayuda posible. Vimos cómo le
partían la cabeza a algunos compañeros . Tengo la imagen grabada de un policía
blandiendo su bastón. A las mujeres no nos pegaron. Salimos, con mis amigos
Nora y Luis, logramos eludir los camiones celulares. Caminamos por una avenida
Independencia desolada. Yo no vivía lejos, unas quince cuadras. Ellos se
quedaron en mi casa.
Dos años después, en México, la matanza de
Tlatelolco sería un episodio mucho más violento, pero con motivaciones y
resultados semejantes a nuestra noche de los bastones largos.
Este fue el atentado más grande a la autonomía
universitaria. A una universidad de pensamiento libre. La universidad de la
Reforma, ese movimiento pionero en América. Esa noche
ninguno de nosotros durmió.
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