*Los años oscuros
Recordar
lo vivido desde el año 1975 hasta el regreso de la democracia no resulta fácil.
Los finales del gobierno iniciado en el 73, los comienzos de la guerrilla, los
primeros secuestros, el asesinato de Silvio Frondizi, las amenazas de bomba a
mi lugar de trabajo, el Centro Editor, la triple A, la universidad intervenida
por Otalagano –de quien no recuerdo el nombre de pila y ni siquiera voy a
molestarme en buscarlo- la desaparición de algunos compañeros todavía en
democracia. Y aquella noche en la que volvía de celebrar el cumpleaños de una
amiga, y a las doce, cuando yo misma cumplía apenas treinta y cuatro años, se
escuchó el primer comunicado de la Junta Militar.
Las
calles vacías, llevar a mi hijo a su jardín, las amenazas anónimas, los
compañeros que no volvieron. Y quizás lo peor, lo que se susurraba sin poder
comprobar si era cierto o no.
Los papeles rotos “por las dudas”, los libros en
cajas llevadas a la casa de alguien insospechable. La censura también, claro,
las películas que no llegaron, los libros tampoco. Y a veces alguien que
llegaba de lejos y contaba cosas que nosotros mismos no sabíamos.
Por
eso incluyo este texto que escribí por entonces, y que para mí sintetiza la
oscuridad, el dolor, finalmente la desesperanza. Y sentirse vieja a los treinta
y cuatro años.
Cumpleaños
Ella
cumple treinta y cuatro años ese veinticuatro de marzo del 76. Siempre ese día
ha sido para ella, según las épocas, de felicidad, de comienzo, de proyectos.
Ese día no. Mientras da de comer a su bebé de un año, mientras lleva de la mano
al colegio a su hijo de cuatro, siente que empieza a levantarse a su alrededor
esa horrible muralla gris que la separará del mundo. Las calles son ya
definitivamente de esos autos verdes que pasarán a la historia, comienzan los
rumores: quemar las agendas, deshacerse de los libros sospechosos, no llamar
por teléfono a los amigos, no llegar a la casa de nadie sin avisar. Ella no
está involucrada en esa guerra, no con las armas, sí con las palabras, con las
ideas, con las entrañas. Del lado del pueblo humillado y desangrado, del lado
de los estudiantes torturados y presos, del lado de los sacerdotes y religiosas
asesinados, del lado de los poetas y escritores comprometidos con una causa
que, más allá de las diferencias, es la de
todos. Detengamos el golpe, lee escrito con letras rojas en una pared de su
barrio, mientras vuelve con el bebé en brazos por unas calles que ya anuncian
el otoño, el largo otoño. Sabe que ya no puede ser detenido, pero no sabe
todavía cuántos rostros van a desaparecer definitivamente, cuántos años de su
vida le robarán a fuerza de miedo, a fuerza de desesperanza. Pero no sabe que
crecerá, al mismo tiempo, el gesto de la fraternidad, el calor del encuentro.
Que más adelante sacarán fuerzas del fondo de cada uno de ellos y se reunirán a
leer, a estudiar, para mantenerse vivos, para no entregar la libertad: Beatriz,
Susana, Carlos, Ricardo, José, Noemí, Nicolás, Nora y seguramente otros que
ahora se olvida. Leer, pensar, escribir, arrimarse a los otros. Resistir. El
único calor que puede deshacer el muro.
Pero
esa mañana, esa primera mañana, no sabe nada del futuro. Ella cumple treinta y
cuatro años. Ella, yo, Josefina, seguramente tantos otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario