lunes, 27 de abril de 2020

Los años oscuros

*Los años oscuros

Recordar lo vivido desde el año 1975 hasta el regreso de la democracia no resulta fácil. Los finales del gobierno iniciado en el 73, los comienzos de la guerrilla, los primeros secuestros, el asesinato de Silvio Frondizi, las amenazas de bomba a mi lugar de trabajo, el Centro Editor, la triple A, la universidad intervenida por Otalagano –de quien no recuerdo el nombre de pila y ni siquiera voy a molestarme en buscarlo- la desaparición de algunos compañeros todavía en democracia. Y aquella noche en la que volvía de celebrar el cumpleaños de una amiga, y a las doce, cuando yo misma cumplía apenas treinta y cuatro años, se escuchó el primer comunicado de la Junta Militar.
Las calles vacías, llevar a mi hijo a su jardín, las amenazas anónimas, los compañeros que no volvieron. Y quizás lo peor, lo que se susurraba sin poder comprobar si era cierto o no.
Los papeles rotos “por las dudas”, los libros en cajas llevadas a la casa de alguien insospechable. La censura también, claro, las películas que no llegaron, los libros tampoco. Y a veces alguien que llegaba de lejos y contaba cosas que nosotros mismos no sabíamos.
Por eso incluyo este texto que escribí por entonces, y que para mí sintetiza la oscuridad, el dolor, finalmente la desesperanza. Y sentirse vieja a los treinta y cuatro años.

Cumpleaños

Ella cumple treinta y cuatro años ese veinticuatro de marzo del 76. Siempre ese día ha sido para ella, según las épocas, de felicidad, de comienzo, de proyectos. Ese día no. Mientras da de comer a su bebé de un año, mientras lleva de la mano al colegio a su hijo de cuatro, siente que empieza a levantarse a su alrededor esa horrible muralla gris que la separará del mundo. Las calles son ya definitivamente de esos autos verdes que pasarán a la historia, comienzan los rumores: quemar las agendas, deshacerse de los libros sospechosos, no llamar por teléfono a los amigos, no llegar a la casa de nadie sin avisar. Ella no está involucrada en esa guerra, no con las armas, sí con las palabras, con las ideas, con las entrañas. Del lado del pueblo humillado y desangrado, del lado de los estudiantes torturados y presos, del lado de los sacerdotes y religiosas asesinados, del lado de los poetas y escritores comprometidos con una causa que, más allá de las diferencias,  es la de todos. Detengamos el golpe, lee escrito con letras rojas en una pared de su barrio, mientras vuelve con el bebé en brazos por unas calles que ya anuncian el otoño, el largo otoño. Sabe que ya no puede ser detenido, pero no sabe todavía cuántos rostros van a desaparecer definitivamente, cuántos años de su vida le robarán a fuerza de miedo, a fuerza de desesperanza. Pero no sabe que crecerá, al mismo tiempo, el gesto de la fraternidad, el calor del encuentro. Que más adelante sacarán fuerzas del fondo de cada uno de ellos y se reunirán a leer, a estudiar, para mantenerse vivos, para no entregar la libertad: Beatriz, Susana, Carlos, Ricardo, José, Noemí, Nicolás, Nora y seguramente otros que ahora se olvida. Leer, pensar, escribir, arrimarse a los otros. Resistir. El único calor que puede deshacer el muro.
Pero esa mañana, esa primera mañana, no sabe nada del futuro. Ella cumple treinta y cuatro años. Ella, yo, Josefina, seguramente tantos otros.



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