Réplica
a los porteros del closet
Clarín.com »
Edición Sábado 06.09.2003 »
¿QUIEN
LEYO A JOSE DONOSO?
Réplica
a los porteros del closet
Quien
haya visto el último film de Almodóvar, Hable con ella, encontrará algunas
posibles
claves de lo que quizás constituya uno de los logros del siglo veinte:
poder
desenmascarar los propios sentimientos y deseos. Pero lo plantea a través
de
una paradoja: las orientaciones sexuales siguen necesitando de etiquetas.
Convertir
en noticia escandalosa la revelación de la supuesta homosexualidad del
escritor
chileno José Donoso me sugiere que la literatura ha perdido nuevamente
la
batalla (la autora se refiere a los artículos de Julio Ortega y Carlos Franz
sobre
la filtración de papeles privados de Donoso, publicados el 16 de agosto en
esta
sección).
O en todo caso, la perdió la crítica académica, que no se cura
todavía
de la herida que le infligió una de sus últimas novelas, Donde van a
morir
los elefantes.
Hace
un poco más de un año,
mientras preparaba un artículo sobre Manuel Puig,
conocí
un trabajo del profesor español Ramón García Castro, publicado en la
Revista
Iberoamericana:
"Epistemología del closet de José Donoso". El autor
afirmaba
que el chileno había escondido su homosexualidad y ésta había
encontrado
una expresión oblicua en algunas de sus obras, revelando su
orientación
oculta. Luego supe que las memorias de Fernando Balmaceda, amigo de
adolescencia
de Donoso, y la lectura de los papeles personales de éste, que la
universidad
de Iowa permitió consultar sin el permiso de su hija, sirvieron a la
prensa
chilena para afianzar este descubrimiento extraliterario.
Resulta
frustrante comprobar que más de treinta años de construcción de una
nueva
teoría literaria y muchos más de psicoanálisis puedan dar como resultado
esta
forzada comprobación. Forzada, porque es el mismo Donoso el que revela
muchas
de sus claves en otros textos suyos, y es El lugar sin límites la obra
más
arriesgada, más directamente alusiva, no a la propia orientación sexual,
sino
más bien al dolor de construirse a partir de la afirmación de lo diferente
y
ser rechazado por quien no se atreve a aceptarse en este juego convencional de
reglas
constituido por el amor. Amor y distintas clases de amores, que no caben
en
las etiquetas previstas socialmente para la reproducción ordenada del género
humano.
Estamos
ante una muestra de voyeurismo intelectual, una nueva manera de
disfrazar
la esterilidad de un pensamiento muerto. Y este voyeurismo que sólo
puede
encarar los objetos culturales desde lo biográfico más elemental, que se
empeña
en juzgar si alguien debió o no "asumir" -palabra tan cargada de
dogmatismo
que se asemeja a la ortodoxamente religiosa "penitencia"- abarca en
los
últimos tiempos a escritores que van desde Sor Juana Inés de la Cruz hasta
Borges
o José Donoso. Porque cómo olvidar la argumentación de Daniel Balderston,
también
de Iowa, al concluir uno de sus ensayos sobre Borges diciendo que éste
escribió
"para cuidarse el culo". Quien debiera asumir su condición, en este
caso
de voyeur, es aquél que se empeña, desde la crítica literaria o la
academia,
en pedir cuentas más allá de la literatura. Con esto no quiero decir
que
la vida de los escritores no tenga importancia. La tiene en la medida en que
la
persona real no produce sino desde lo que es. Pero en el terreno de lo
simbólico,
y la literatura se construye en el mundo de los símbolos, la lógica
de
la vida real toma formas incontroladas. Si Donoso no quiso vivir más
libremente
-por lo que sabemos hasta aquí-, quizás fue éste el precio de su
imaginación.
Por lo demás, los escritores más interesantes son aquéllos que no
se
limitan al campo de la propia experiencia sino los que pueden ponerse en la
piel
de los demás.
Donoso
no fue un hombre simple. El lo sabía y jugaba con sus propias máscaras un
juego
que, a quienes supieron interpretarlo, les resultaba muy estimulante.
Tampoco
fue un escritor de esos que se leen de una sola manera. La misteriosa
desaparición
de la marquesita de Loria, Casa de campo, "Jolie madame",
Conjeturas
sobre la memoria de mi tribu, Tres novelitas burguesas, son piezas de
un
rompecabezas que ofrece posibilidades mucho más perturbadoras que la
tranquilizante
comprobación de que, después de todo, aquello era porque Donoso
no
se atrevió a vivir su homosexualidad.
Si
Donoso quiso jugar el juego de la familia burguesa, a nadie corresponde
juzgarlo.
También jugando falsamente el juego de la libertad se puede correr el
riesgo
de traicionar la propia esencia. O, simplemente, de conformar a quienes,
bajo
un deber ser bastante alarmante por cierto, realizan la operación de la
discriminación
al revés. A veces supuestas reivindicaciones no hacen más que
reforzar
los viejos estereotipos. La caza de brujas asume la máscara de la
liberalidad
y termina mostrando su propia, terca y obstinada miseria: la del que
no
puede perdonarles a los demás la verdadera libertad.
J.
Delgado ha sido vice-directora de la Biblioteca Nacional. Fue amiga personal
de
José Donoso.
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