Muchas veces Victoria
Ocampo confesó que era tímida. Que cuando
se enfrentaba con sus héroes literarios le faltaban las palabras , no
sabía qué decirles. Como parte de su camino de aprendizaje vital que sólo
terminó en su vejez, el acercamiento a
estos héroes es, seguramente, una proyección de sus apetencias creadoras, una manera de encontrar
su propia identidad. Tardía, trabajosamente, es la ley de su destino la que la
llevaba a no cejar, a no entregarse. En 1934 vuelve a Europa, invitada por el Instituto Interuniversitario Italiano a un ciclo de conferencias.
Victoria no ocultó a sus
anfitriones su antipatía hacia el régimen fascista, pero sin embargo la
invitación se mantuvo. la conferencia, titulada "Supremacía del alma y de
la sangre", sirvió para exponer su postura frente a una literatura en la
que se manifiesta una manera apasionada de ver la vida, muy similar a la suya
propia. D. H. Lawrence fue uno de los escritores analizados.
¿Cómo no suponer que esta mujer que tenía entonces cuarenta y
cuatro años, separada de su marido, rica y libre, iba a sentirse atraída por la
figura de Mussolini Y en esta atracción se reflejaba sin duda el poder de una
personalidad carismática, como la del político italiano, pero también la capacidad
de mirar de Victoria. Casi como una novelista, aunque la heroína de sus textos
sea siempre ella misma, en relatos crean situaciones de ribetes ficticios.
Por otra parte, la
postura de Mussolini todavía en esa época se prestaba a equívocos. En 1928
había definido su amistad con Inglaterra como el "eje de sus relaciones
exteriores", a la vez que estaba distanciado explícitamente de Hitler.
Hasta 1939 su régimen conservaría una apariencia parlamentaria, y en 1933 se
firmaba el pacto de no-agresión con la URSS.
En 1939, Italia, Francia y Gran Bretaña renovarían los pactos de Locarno
y condenarían la política exterior nazi. Pero en julio de ese mismo año se
produce la invasión de Abisinia por los italianos, y entonces Italia e
Inglaterra se enfrentan. Cuando Victoria cuente su entrevista con Mussolini
definirá claramente su posición contra la invasión italiana, y reprochará a los
católicos argentinos no haber condenado esta invasión con la misma fuerza con
que manifestaron su condena frente a los excesos anticlericales de laos
izquierdistas españoles en los comienzos de la guerra civil española. [1]
Por lo demás, algunos de los dioses humanos de Victoria
simpatizaban con el Duce o adherían abiertamente al fascismo. Gandhi admiraba a
Mussolini, Drieu La Rochelle murió tironeado por su adhesión proalemana y los
reproches de sus amigos. ,Una necesidad de encontrar una salida a la crisis
ideológica y política posterior a la primera guerra mundial, entre cuyos
elementos se encontraba el descrédito político del parlamentarismo, llevó a ciertos intelectuales de
occidente a pensar en nuevas salidas no
siempre con la claridad adecuada. La guerra sirvió, dramáticamente, para variar
muchas posturas.
El encuentro con
Mussolini le demostró a Victoria Ocampo, una vez más, cuánto había que luchar
para que la mujer tuviera un espacio propio. No sabemos los detalles menudos:
cómo fue que sus anfitriones le ofrecieron conocer al Duce, por qué no la
acompañaron, cómo eligió ir vestida en esta oportunidad esta mujer que, cuando
asistió. años más tarde a los juicios de Nuremberg, puso en primer plano, en su
testimonio, cómo la nieve sucia manchó su auténtico Chanel...
Sí sabemos, en cambio, que unos días antes del 24 de
septiembre, fecha fijada para la entrevista, Victoria escondió su curiosidad
detrás de una cámara fotográfica cuando desfilaron ante el Duce en la Via del
Popolo, los casi treinta mil balillas que le manifestaron su adhesión. desde
una tribuna enfrentada al Duce -tampoco sería fácil obtener esa ubicación de
privilegio-, las fotografías le permiten observar más tarde “que cambia
extraordinariamente la expresión de su rostro: su sonrisa." Y añade, y casi desde un punto de vista
cinematográfico, "imaginemos una máscara de piedra rota por una sonrisa en
que toda dureza parece disolverse instantáneamente."[2]
Y luego, el encuentro.
¿Qué sabría Mussolini de ella? ¿Cómo la habrán descripto los intermediarios? En
los círculos intelectuales de la época, Victoria era conocida, pues su revista llevaba
publicándose tres años, y las grandes figuras de la época -Ortega y Gasset, el
conde de Keyserling, Drieu la Rochelle, Waldo Frank, Tagore- habían paseado ya
su refinamiento intelectual pos las calles de Buenos Aires, del brazo de
aquella criolla bella y corpulenta, vestida por Paquin.
El encuentro se produjo
en el palazzo Venecia, en la Sala del Mappomondo. Moblaje lacónico, dice con
originalidad Victoria, y los criados -¿sus guardias?, se pregunta intimidada-,
la hicieron esperar. Mussolini insistió en permanecer de pie mientras Victoria,
sentada, recordaba con inquietud que en la víspera de la Navidad del año
anterior, el Duce había recompensado a noventa y tres de las madres más
prolíficas de Italia con una visita al Palazzo y una ceremonia en su honor.
La conversación fue sobre
lo que más le importaba a Victoria, el papel asignado a la mujer en la Italia
fascista. Como ya sabía que el Duce había afirmado que la mujer solo debía
limitarse a darle hijos al estado, se atrevió a preguntar:
-¿No le parece que la
mujer puede también colaborar con el hombre de otra manera?
El Duce contestó
rotundamente que no. Y se perdió, ante esta mujer que lo escuchaba con un
silencio cortés pero adverso, en divagaciones acerca de Julio César, Bismark,
Napoleón. No necesitaron colaboración de nadie. Y menos de una mujer. Victoria
piensa en la nariz de Cleopatra y en su influencia en la historia. y cuando le
alarga su libro “De Francesca a Beatrice”, con una dedicatoria un poco cursi
("A Benito Mussolini, la obra de una estudiante en busca de su alma"),
el hombre no puede menos que usar su irónica galantería. "¿La
encontró?", le pregunta. "Está bromeando", dice ella. Mussolini
aprovecha para confirmar su teoría: "¿Cree usted que Dante haya escrito la
"Comedia" a causa de Beatriz? Lo que inspiró a Dante es el odio a
Florencia."
Victoria comprendió que en el fascismo no hay lugar para la
mujer independiente, y quizás compare su experiencia con las discusiones
mantenidas con otros hombres, más corteses, menos directos, pero que de todos
modos adjudicaron a la mujer un papel subalterno, aunque la llamaran
inspiradora, ángel de la guarda, mujer
refugio y otras variantes que sus amigos Ortega y Gasset, Drieu La Rochelle o
Rabindranatah Tagore han usado cuando se trató de calificarla. Cuando le cuente
a Virginia Woolf, poco después, todo lo que acaba de vivir, añadirá que el Duce
la acompañó hasta la puerta de la inmensa sala que un año antes llenaron
noventa y tres madres prolíficas y la besó como si estuvieran en Versalles. La
inglesa, sentada junto al fuego de su casa de Tavistock Square, adornada con
los cuadros de su hermana Vanessa Bell, contestará, azorada: ""He
liked you, the beast!"
En octubre de ese mismo año Victoria viajó a Zurich, para
entrevistar al psicoanalista suizo Carl Jung, invitarlo a dar conferencias en
Buenos Aires y editar su libro Tipos psicológicos en Sur. Llovía mucho,
y al bajar del coche frente a la casa de Jung,
Victoria no supo qué hacer con su paraguas. Todo el miedo del mundo
concentrado en un objeto molesto. El taxi la había dejado en la puerta luego de
atravesar un jardín con olor a tierra mojada, y allí quedó Victoria,
"armada de un paraguas y desarmada por emociones contradictorias, ante una
puerta, la del doctor Jung."[3]
¿Desarmada por emociones
contradictorias? ¿Cuáles? Tal vez las de la contradicción entre su propia
audacia y sus conocimientos. Victoria es audaz porque rompe las barreras
impuestas socialmente a las mujeres de su clase, pero no lo es porque sabe muy
bien a qué viene y por qué. Ante Mussolini no se sintió "desarmada",
pero sabe que el mundo está cambiando, que en él se está produciendo una
revolución del pensamiento, y que en esa revolución Jung ocupa un lugar y
Mussolini el contrario. Sabe que llevar esas ideas revolucionarias a sus
compatriotas, relegados al extremo sur del universo, es darles la oportunidad
de aprender a crecer culturalmente, que de otra manera no tendrán esa
oportunidad. Pero no camina a tientas,, no es la "snob" que quiere
rodearse de lo nuevo y prestigioso para lucirlo como una joya más. Ha leído a
Jung, y cuando una amiga le reprochó que en una carta utilizara la palabra
"introspección", Victoria, indignada, tuvo que ponerse a explicar
todo lo que encerraba una palabra que no podía ser cambiada por otra.
Una vez que se deshace
de su paraguas, sube una escalera hasta una salita de espera, y allí debió
esperar. Con alivio descubre que entre los libros que guarecen las paredes hay
muchas novelas policiales. Sin duda eso le da la dimensión humana de un
personaje que podía. a través de su conocimiento del ser humano, adueñarse de
muchos de sus secretos. Luego Jung la hace pasar a su cuarto de trabajo, y allí
se desarrolla una conversación que debió ser breve y pragmática, porque de ella
no quedan muchas huellas. Lo cierto es que al año siguiente ya las páginas de
la revista Sur anunciarán la publicación de Tipos psicológicos. La propuesta de
edición va acompañada de la usual invitación a visitar Buenos Aires y dar
algunas conferencias. "¿Para qué?" Contesta Jung. "No
interesarían. No comprenderían..."
¿Quiénes? ¿Los mismos
que van a leer su libro? ¿Por qué?, se pregunta Victoria. Y una vez más no sabe
qué decir. ¿Por latinos? ¿Por católicos? Y otra vez, como ante Mussolini,
como casi siempre que se enfrenta con alguien que la contradice, no atina a
esgrimir argumentos, los argumentos fluirán más tarde, frente a una hoja de
papel. La entrevista ha terminado. Hay que llevarse el paraguas. Con la
cortesía que se debe a una señora, aunque sea sudamericana, Jung acompañara a
Victoria hasta el piso de abajo, seguido por sus dos perros que bajan la
escalera detrás de él. Uno a los brincos, el otro taciturno. "Extrovertido
e introvertido", piensa Victoria. En marzo de 1936, cuando escriba sobre
este encuentro, confesará que Tipos psicológicos ha logrado emocionarla
tanto como Los hermanos Karamazov.
Lo que no sabe Victoria, lo que será público cuando en el año
1973 Princeton University Press publique dos volúmenes con las cartas de Jung,
es que unos pocos años antes, en tiempos de su tormentosa y equívoca relación
con el conde Hermann Keyserling, entre éste y Jung había existido una
correspondencia que la implica. Keyserling había escrito al psicoanalista
acerca de la crisis por la que atravesaba, en la cual los sentimientos
negativos hacia su madre fueron un elemento que el psicoanalista tomó para su
análisis epistolar. En agosto de 1928, cinco años antes de que Victoria y el
conde se conocieran en Versalles, Jung escribía: "Tales sentimientos son
siempre contrarios a la naturaleza, antinaturales. En consecuencia distancia de
la tierra, identificación con el padre, cielo, luz, viento, espíritu, logos.
rechazo de la tierra, de lo que está debajo, lo oscuro, femenino." Pero
cuando Keyserling ve espectacularmente frustradas sus expectativas con relación
a Victoria, vuelve a escribirle a Jung y le refiere el episodio de Versalles.
Aunque no conocemos la carta de Keyserling, tanto en las Meditaciones
sudamericanas, de 1932, como en el capítulo de sus Memorias titulado
"Victoria Ocampo", más la respuesta de Jung, fechada el 20 de
diciembre de 1928, nos permiten inferir que sus juicios acerca de la escritora
no estaban muy lejos de las acusaciones directas e indirectas formuladas en
estos textos.
Pero veamos la interpretación que hace Jung del episodio de
Versalles:[4]
"Su reciente descripción del fatal intermedio con X (aquí los
editores han puesto "una muy conocida escritora sudamericana”) demuestra
claramente que es un encuentro con una 'mujer tierra', cargada de significado.
Escondida y revelada en él se encuentra una de las historias más hermosas de la
confrontación animus-anima que he oído. Desgraciadamente las
historias poéticas por lo general terminan en desencanto porque cuando uno
encuentra su propia alma nunca la reconoce, sino como la pobre criatura humana
que funciona inconscientemente como portadora del símbolo. El deseo de
identificación de X se refiere al animus
que a ella le gustaría poseer en usted, pero ella lo confunde con usted
personalmente, y entonces, por supuesto, se siente profundamente decepcionada.
Esta descripción seguirá repitiéndose siempre y en todas partes, hasta que el
hombre haya aprendido a distinguir un alma de la otra persona. Entonces su alma
podrá regresar a él. Esta lección es una tortura infernal para ambos, pero
extremadamente útil, la mejor experiencia que podría haberse deseado para
usted, y seguramente la tortura más adecuada para X, que aun está poseída por
los titanes, como sucede con tantas ánimas. Por ende usted deberá recordar
siempre, con reverencia y devoción, lo que le ha sido revelado en la figura
humana de X, para que su alma pueda seguir siendo inalienablemente suya y nunca
sea bloqueado su acceso a la tierra. Esperemos lo mismo para ella: que además
de los tigres, serpientes y espíritus eternos, haya aun en ella un ser humano
que pueda recordar con devoción y gratitud su propio espíritu en usted."
Doris Meyer, autora de Victoria Ocampo: contra viento y marea,
(primera biografía de Victoria, escrita cuando aun vivía), se enoja con Jung y
lo acusa de dejarse llevar por sus prejuicios masculinos. Sin duda tiene razón.
Años antes, Jung se había carteado con Freud a propósito de un episodio
similar, pero cuyo protagonista fue el mismo Jung. Este había seducido a Sabina
Spielberg, una paciente suya que se convirtió en psicoanalista años después, y
la había convertido en su amante. Cuando la muchacha empeoró su neurosis y le
reclamó continuidad en sus relaciones, Jung llamó a los padres y les advirtió
que sus síntomas se agravaban y los instó a retirarla de la clínica de Zurich.
Sabina recurrió a Freud, al que trató de explicar la responsabilidad de Jung y
su posterior indiferencia, con la esperanza de que aquél se convirtiera en su
aliado. Freud la tranquilizó, la convenció de olvidarse de Jung, y le escribió
a este para contarle que había hecho lo imposible por librarlo de la muchacha,
Asunto concluido.
Resulta comprensible la timidez de Victoria al entrevistar a
Jung, y ahora puede entenderse la reticencia de éste ante la peligrosa
sudamericana, su negativa a entrar en un juego cuyos pasos ya conocía: cartas
desde muy lejos, entrevista en Europa, viaje a Buenos Aires, seducción y
posterior abandono. Keyserling, indirectamente, lo había advertido de los
riesgos al contarle su propia experiencia. Bueno, tal vez en descargo de Jung
podríamos pensar que no sintió que Victoria encerrara su ánima.
De este viaje de 1934 fue la Woolf la que ofreció a Victoria
las mayores posibilidades de autoconocimiento. Porque está claro que Victoria
busca espejos, y la inglesa es un espejo de los buenos. En Londres, va a una
exposición del fotógrafo Man Ray –el fotógrafo de los surrealistas franceses-,
acompañada por Aldous Huxley, que entonces ya es un prestigioso novelista y la
introduce en los círculos intelectuales ingleses. “Puede que Virginia venga”,
dijo Huxley. Virginia fue. Era el 26 de noviembre de 1934, en Bedford Square. Y
la Woolf la invitó a su casa.
A Victoria le llamó la atención la estructura de su rostro,
los pómulos altos y pronunciados. De ese rostro quedarán huellas en la serie de
fotografías que la misma Victoria promoverá a través de la fotógrafa Giselle
Freund. Aunque a Virginia no le gusten mucho las fotos, la sudamericana sabrá
convencerla de que su rostro huesudo y melancólico debe quedar fijado en el
papel. De lo que no podrá convencerla es de que viaje a Buenos Aires, ni
siquiera cuando la guerra convierta a la inglesa y a su marido en dos
refugiados en su propia patria. Más prudente que Jung, la inglesa alega que no
le gusta dar conferencias. Pero queda maravillada ante esta mujer cuyos aros de
brillantes le recordarán los centelleos de las luciérnagas.
Las primeras visitas son, como otras, un silencio de parte de
Victoria, que luego fructificará en ideas. La casa de Tavistock Square, con su
pequeña puerta verde oscuro, tan inglesa, cobijará el maravillado estupor de la
sudamericana, que sabe que está frente a alguien que tiene muchas respuestas
para ella. Mientras conversan sentadas frente a la chimenea encendida -afuera,
toda la niebla de Londres, adentro, los cuadros de Vanesa Bell, hermana de
Virginia-, Victoria se pregunta dónde está la llave del tesoro. Virginia, en
cambio, quiere saber cómo son esas tierras que ella imagina cubiertas de
mariposas doradas, tal como se atrevió a describirlas en su primera novela, The voyage out (1915). Victoria no sabe cómo disuadirla, la
inglesa se aferra a esa imagen tan poética que le sirve para entender algo que
está fuera de su experiencia. La respuesta cortés de Victoria se materializa en
el envío de un cuadro de vidrio apresando unas brillantes mariposas.
En las cartas de Victoria quedaron huellas más reales que las del dorado
polvillo que, según la Woolf, oscurecía su imagen de las personas que se
encontraban con ella. La primera, una
carta pública escrita por Victoria en diciembre de 1934, y que quizás la inglesa no leyera
nunca. Y allí se atreve la Ocampo a confesar su auténtica vocación: no
solamente escribir, sino escribir como una mujer.
“Pero he aquí que llegamos a lo que, por mi parte, desearía
confesar públicamente, Virginia: Like
most uneducated South American women, I like writing. (Como a la mayoría de
las mujeres sudamericanas no educadas, me gusta escribir…) Y esta vez, el uneducated debe pronunciarse sin
ironía.”
“Mi única ambición es llegara escribir un día, más o menos mal, pero como una mujer. Si a imagen de
Aladino poseyese una lámpara maravillosa y por su mediación me fuera dado el
escribir como Shakespeare, Dante, Goethe, Cervantes, Dostoievsky, realmente no
aprovecharía la ganga. Pues entiendo que una mujer no puede aliviarse de sus sentimientos y pensamientos
en un estilo masculino, del mismo modo que no puede hablar con voz de hombre.”[5]
Si el problema consiste
en el tono de voz, Victoria va afirmando la suya, la de mujer, con estos
encuentros en los que su silencio es una manera de responder, como si dijera:
“No soy todavía yo, no puedo contestarle porque lo haría con la voz de otro,
donde puedo ser yo es frente a una hoja de papel. Pero ya llegará, porque de la
carencia surge la necesidad y la riqueza que puede ser capaz de colmarla.”
¿Espejo?¿Voz? Cuando la
voz de Victoria sea la suya propia, sin ecos de esas otras voces que supieron
aconsejarla pero a las que sólo pidió prestada la firmeza y la claridad para
luego adquirir una entonación propia, Victoria se atreverá a reconocer cuánto
le costó recorrer este camino. Lo hará recordando cómo el día en que apareció
publicado su primer artículo en La Nación,
no hubo en su casa ninguna alegría, sino más bien el malestar de algo que sus
padres no sabían cómo tomar, pero que les daba miedo. “Si se tratara de un
hombre, -pensaba con amargura-, estarían contentos o resignados. Porque soy una
mujer, se inquietan.” [6]
Y esto, que sólo puede reconocer de esta manera a los sesenta
años, es la verdad de su silencio.
[1] Domingos en Hyde Park, "La historia viva",
Buenos Aires, Sur, agosto, 1936-
[2] Idem.
[3] Domingos en Hyde Park,
"Una visita a Jung", Buenos Aires, Sur, agosto, 1936.
[4] Este episodio debe leerse en Victoria Ocampo, completar. C. G. Jung, Letters, Vol. I (1906-1950), Princeton University Press, 1973, págs. 72-73.
Citado en versión castellano de Doris
Meyer, Victoria Ocampo. Contra viento y marea, Buenos Aires, Sudamericana,
1981, traducción de Rolando Costa Picazo.
[5] Lawrence de Arabia y otros ensayos, “Carta a Virginia Woolf”,
Madrid, Aguilar, 1951 (Publicado originalmente, con prólogo de Guillermo de
Torre, en 1935).
[6] Testimonios, V, “Malandanzas de una autodidacta”, Buenos Aires, Sur, página 21.
En 1929 Sylvia Beach, la diminuta y
activa dueña de la librería Shakespeare and Company, le había recomendado la
lectura de “A Room of our owns”. Victoria lo leyó y descubrió en él cuánto le
faltaba de la seguridad que a los hombres les da una larga tradición literaria.
Interesantísimo,artículo,que nos muestra a una Victoria tal vez diferente a la que todos pensamos, arrolladora y desprejuiciada. Me gustó mucho.
ResponderEliminar