miércoles, 30 de marzo de 2016

El libro de la madre como el fantasma que no nos abandona

Termino de leer una novela que se me ha impuesto como un golpe de reflexiones ineludibles. También esto pasará, de la catalana Milena Busquets.
Leida dos veces -ningun comentario literario puede hacerse, creo, sobre una sola lectura-, su final que se nos precipita como una elegía del amor, me hace llorar.
No suelo llorar con las lecturas, recuerdo muy pocas veces -una de ellas fue La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes-, pero Milena Busquets ha logrado con sencillez y una intensidad emocional poco común, trasmitir lo que se siente cuando se pierde a la madre.
"A veces me cuento la historia que tú me contaste un día, sentada en mi cama, para consolarme de la muerte de mi padre: Erase una vez que en un lugar muy lejano, tal vez China, había un emperador poderosísimo y listo y compasivo, que un día reunió a todos los sabios del reino,
a los filósofos, a los matemáticos, a los científicos, a los poetas, y les dijo: "Quiero una frase corta, que sirva en todas las circunstancias posibles, siempre." Los sabios se retiraron y pasaron meses y jmeses pensando. Finalmente, regresaron y le dijeron al emperador: "Ya tenemos la frase, es la siguiente: También esto pasará". Y añadiste. "El dolor y la pena pasan, como pasan la euforia y la felicidad". Ahora sé que no es verdad. Viviré sin ti hasta que me muera. Me diste los flechazos como única forma de enamoramiento (tenías razón), el amor al arte, a los libros, a los museos, al ballet, la generosidad absoluta con el dinero, los grandes gestos en los momentos adecuados, el rigor en los actos y en las palabras.(...) Y el sentido de la justicia. La rebeldía. La conciencia fulgurante de la felicidad en esos instantes en los que uno la tiene en la mano y antes de que eche a volar de nuevo." (También esto pasará, Barcelona, Anagrama, págs. 170-71)
Mientras tanto, en las páginas anteriores, Blanca, la protagonista, ha venido contando qué difícil le resulta, a pocos días de la muerte de su madre, salir del golpe de la pena y recuperar esa felicidad que sin duda tenía antes de esta pérdida, aun en una vida bastante complicada.
Y entonces Cadaqués, el hermoso balneario donde al alojarse en la casa familiar con sus dos ex maridos, sus hijos y algunos amigos entrañables, recupera las anécdotas de la adolescencia, cuando aprendió a ser mujer en una España todavía, usando la palabra de un gran poeta, "soterrada".
Porque esta Blanca de la novela ha de tener sin duda mucho de la Milena de la realidad. No caigamos de todos modos en el biografismo fácil, ni tampoco en preguntarnos hasta donde llega la verdad y donde la ficción, pero sepamos también delinear en qué medida esta novelista, hija de Ester Tusquets, la gran editoria de Lumen en tiempos difíciles -la conocí en Buenos Aires en un merecido homenaje que se le hizo en El Ateneo de la calle Florida- da cuenta de la experiencia generacional de esas mujeres hijas de otras que no aceptaron los modelos impuestos.
Ester fue novelista además de editora, recuerdo especialmente su novela El mismo mar de todos los veranos, y murió en una clínica de Barcelona pero fue enterrada en Cadaqués. Perteneció sin duda a esa generación brillante de españoles que mantuvieron en alto la llama de la inteligencia, y que alguien llamó "la gauche divine."
El primer libro que publicó fue el de otra mujer, la admirada autora de Primera memoria, Ana María Matute: El saltamonte verde.
"Me educaste tan feroz y eficazmente contra cualquier tipo de sometimiento no lúdico que ni siquiera necesité convertirme en feminista.", dice (pag. 123).Pero sin duda defiende su ser mujer con uñas y dientes, sobre todo ante esta pobre sociedad que comiernza a desplegar otra vez lo que se entiende como "la supremacía del macho."
Su prosa es bella e incisiva. Su visión del paisaje y de los otros personajes apuesta a una interioridad que puede ser la causa de su necesidad de soledad y -como a tantas mujeres- de la imposibilidad de aceptar un hombre a su lado."...cada día ignoro menos el carácter enfermizo de la soledad y la facilidad con la que a algunas horas, resbala por la pendiente lisa y resbaladiza de la desesperación."
Dice de un amante "Al alejarse vi que tiene las piernas torcidas."
Pero también -y quizás eso sea lo más importante- la lucidez a la que la muerte de su madre la obliga es la hiperconciencia de una esencia que todavía no ha sido puesta en su lugar: se nace mujer? se hace una mujer? o finalmente, aceptar en las distintas etapas que nos ofrece la vida los distintos roles que podemos desempeñar, no será, como afirma Blanca, esta protagonista desesperada pero a la vez conciente de que tuvo mucho y no lo ha perdido sino en presencia física, la mejor manera de aceptarnos como a esa mitad de la humanidad que probablemente sea la más autorefexiva?
Y me digo, entonces, que, más allá de la literatura, haber tenido una hija probablemente me otorgue la posibilidad de ser mujer de una manera poderosa y a la vez definitiva.
Perdón a las que no han tenido hijas, también eso pasará.

2 comentarios:

  1. Lo bueno de la buena literatura -aplicable tambien al buen cine- es que no hace falta tener hija o siquiera ser mujer para vivir la experiencia y sentirla en carne. Claramente puedo decir que se vive de un hijo que pierde a su madre, de una hija al padre o de un hijo al padre. Será una soledad de la que se aprende, una soledad de la que se crece, una soledad de la que uno se enriquece, incluso. Pero sin dudas es una soledad de la que no se vuelve. Jamas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Martín, coincido. Es un libro extraordinario! No teclo pierdas!

      Eliminar