viernes, 15 de mayo de 2020

Adios, gran profesor y amigo

¿Quién puede resumir en pocas líneas el sentido de una vida? Y algo más: ¿Cómo saber si es a través de lo que elegimos que  estamos develando lo esencial?
En la vida de Roberto Yahni, muerto el 24 de abril de 2020 en dolorosas circunstancias –pandemia, aislamiento, soledad- me atrevo a decir que el eje fue su vocación. Enseñar, aprender, escribir: y antes de todo esto, por supuesto, leer.
Lo conocí siendo su alumna en la cátedra de Literatura Española Contemporánea, en aquella gloriosa Facultad de Filosofía y Letras que en 1961 tuvo como titular a Guillermo de Torre, aquel español que supo enseñarnos a leer las vanguardias a través de sus repercusiones en la literatura española.
Roberto Yahni era un profesor entusiasta, y nos abrió a sus alumnos,
no mucho más jóvenes que él, el acceso a escritores españoles que en aquellos años publicaban en una España soterrada. Fueron mis compañeros los poetas José Malagón y Luis Tedesco:  nunca nos perdíamos sus clases, en aquellas aulas de la calle Florida y Viamonte.
Había nacido en 1937, es decir que en aquellos días cumplía 24 años.

lunes, 27 de abril de 2020

Los años oscuros

*Los años oscuros

Recordar lo vivido desde el año 1975 hasta el regreso de la democracia no resulta fácil. Los finales del gobierno iniciado en el 73, los comienzos de la guerrilla, los primeros secuestros, el asesinato de Silvio Frondizi, las amenazas de bomba a mi lugar de trabajo, el Centro Editor, la triple A, la universidad intervenida por Otalagano –de quien no recuerdo el nombre de pila y ni siquiera voy a molestarme en buscarlo- la desaparición de algunos compañeros todavía en democracia. Y aquella noche en la que volvía de celebrar el cumpleaños de una amiga, y a las doce, cuando yo misma cumplía apenas treinta y cuatro años, se escuchó el primer comunicado de la Junta Militar.
Las calles vacías, llevar a mi hijo a su jardín, las amenazas anónimas, los compañeros que no volvieron. Y quizás lo peor, lo que se susurraba sin poder comprobar si era cierto o no.

sábado, 14 de marzo de 2020

Escribir con Borges


 

                        “Estoy ausente porque soy el narrador”
                                                El libro de las preguntas, Edmond Jabes.
Más allá de lo anecdótico, de lo que darán cuenta sin duda periodistas y quizás historiadores de la vida literaria, haber participado de la escritura junto a Borges significó para mí una experiencia reveladora. Si quiero trasmitirla a otros, lejos de la pretensión de decir algo nuevo sobre su obra literaria, es porque creo sin lugar a dudas que la persona de un escritor es su escritura y viceversa. Nadie que no tenga grandeza en el trato cotidiano podrá decir más que lo que otros dijeron, y ningún acercamiento crítico podrá develar cuál es el lazo misterioso entre la persona y la escritura.
Borges ha contado infinitamente las mismas anécdotas. Claro, no podía rescribir su vida para volver a contarla, y por otra parte, su vida parece haber sido corta en episodios destacables. Sin embargo, pensar acerca del momento en el que el escritor decidía volver al pasado para repetir –para mí era la primera vez- por ejemplo, cómo volvía en tranvía desde la calle Carlos Calvo, de la biblioteca Miguel Cané, leyendo la Divina Comedia, me remitía inmediatamente a la desesperanza, a tantos momentos en los que uno mismo piensa en qué medida vale la pena continuar con lo emprendido, y sobre todo, me remitía a este hombre absolutamente ligado a la felicidad a través de los libros. Y esto me importa, porque pocas veces conocí escritores verdaderamente “literarios”. Muchas veces el placer se posterga para dejar lugar a otros mecanismos menos vitales. Cuando Borges hablaba acerca de este viaje en tranvía, siempre terminaba diciendo: “Yo pensaba que algún día todo sería distinto.”
Llegar a él era fácil, a veces abría él mismo la puerta, pero a mí, enviada por una editorial para ayudarle a escribir un prólogo a Shakespeare, me tocó llamar por teléfono hasta estipular un horario y un mecanismo de trabajo. “Llame mañana”, me decía. Y todo volvía a empezar. Por otra parte, esta actitud se confundía con mi propia timidez, mi penosa falta de habilidad para insistir y convencer a alguien que, en ese momento, me inspiraba una mezcla de miedo y de rechazo. Para mí él era un genio, a quien mejor sería no conocer, dejarlo en la sombra, como el caminante inspirado de aquellas calles del barrio sur que eran las mismas que a mí me gustaba recorrer, el escritor que en el despacho de la Biblioteca Nacional de la calle México nos había recibido a un amigo poeta y a mí, veinte años antes, para que habláramos de algo que todavía no era un tópico en su discurso: Ascasubi, injustamente postergado a Hernández, y la timidez de los porteños, ejemplificada con unos versos de Enrique Banchs.
No me resultaba grato tener que someterme a todo esto, pero un día, el menos esperado, Borges me dijo “venga ahora” y tuve que salir dejándolo todo para cumplir con el compromiso instaurado arbitrariamente por él. Llegué, desayunaba su tazón de copos sobre un mantel que era la bandera de Gran Bretaña, todo me resultó desagradable, y él notó mi desagrado. Fue cruel. “¿Le molesta ver comer a un ciego?” ¿Cómo contestarle? Renuncié a hacerlo desde una piedad que por supuesto él no creería y que a mí me incomodaba. Es decir, evadí la respuesta.
Y entonces comenzaron los tres meses más importantes de mi formación intelectual.

miércoles, 15 de enero de 2020

Javier Cercas, Terra Alta

¿Y si Javier Cercas fuera un Cervantes del siglo XXI?

Jorge Luis Borges, en sus “Magias parciales del Quijote”, de su libro Otras inquisiciones (1952)[i], nos dice al hablar de Cervantes y su composición del Quijote: “El plan de su obra le vedaba lo maravilloso; este, sin embargo, tenía que figurar, siquiera de manera indirecta, como los crímenes y el misterio en una parodia de la novela policial.” (pag. 256). Con lo cual está equiparando la gran novela que parodia la novela de caballerías con lo que podría hacer quien parodiara la novela policial.
 Más adelante nos recuerda cómo, en el sexto capítulo de la primera parte, el cura y el barbero revisan la biblioteca de don Quijote: “asombrosamente, uno de los libros examinados es la Galatea de Cervantes, y resulta que el barbero es amigo suyo y no lo admira demasiado, y dice que es más versado en desdichas que en versos y que el libro tiene algo de buena invención, propone algo y no concluye nada. El barbero, sueño de Cervantes o forma de un sueño de Cervantes, juzga a Cervantes…”  (pág. 257).
Principio del capítulo noveno: “sabemos que la novela ha sido traducida del árabe y que Cervantes adquirió el manuscrito en el mercado de Toledo, y lo hizo traducir por un morisco, a quien alojó más de un mes y medio en su casa, mientras concluía la tarea.” (pág. 267)
Los protagonistas del Quijote son, asimismo, lectores del Quijote, dice Borges, porque en la segunda parte han leído la primera. Y antes ya había dicho “En la realidad, cada novela es un plano ideal; Cervantes se complace en confundir lo objetivo y lo subjetivo, el mundo del lector y el mundo del libro.”

¿Por qué digo esto?
Porque Cercas, esta vez, comienza engañándonos: nos da la noticia de un crimen, nos muestra la historia de un policía premiado por su lealtad a la verdad y a la investigación, y luego va hacia atrás en esta historia de un Melchor cuya niñez y juventud sufrió de la falta de un padre, y en cambio tuvo una madre cuyo oficio le impedía estar siempre con su hijo pero al mismo tiempo hizo que este dudara y siga dudando, ante cada visitante masculino, de su identidad y del origen.
Cercas planta esta vez una estructura que maneja sorprendiendo a sus lectores: porque a la vez que elige un protagonista que va creciendo en el tiempo real –el tiempo del relato nos lo muestra en un presente que es el de la investigación y que avanzará un tiempo más hacia el desenlace-,  lo rodea de otros personajes secundarios que le sirven, como en la gran novela realista,