jueves, 25 de junio de 2015

Un capítulo de otra historia

 Capítulo de otra historia…
“Detrás del muro, novela de mi memoria imprecisa”, de Roberto Ampuero

Cierro el libro con esta última frase. Más de cuatrocientas páginas leídas como pocas veces ocurre, en un vértigo no solo de curiosidad sino también de angustia, de inquietud, de desasosiego.
Estamos en el siglo XXI, todos lo sabemos. Se cumplen 70 años de la liberación de Auschwitz. Entre nosotros, treinta años del juicio a las juntas. Estados Unidos se acerca a Cuba. Rusia ¿compartirá? con la Argentina
nuestros recursos naturales. Para quien no sea insensible a la historia todo esto es sumamente revulsivo.
Pero Roberto Ampuero nos remonta, con esta magnífica narración, a la experiencia quizás emblemática de un joven -¿él?. qué importa!- que, militante de la JC chilena, se exilia en la RDA apenas caído el presidente Allende. Y a partir de allí, en un vaivén constante de épocas y lugares, asistimos a la desolada experiencia de quien creyó en la posibilidad de un mundo más justo a través del socialismo, y de allí, al comunismo como posibilidad de redención. Como muchas religiones, claro. Porque primero hay que pasar por la penitencia.
El protagonista –no tenemos su nombre- viaja a Cuba siguiendo a una joven cubana hija de un importante jerarca militar, y allí se desilusiona del socialismo. Pero como no puede regresar a Chile, donde todavía gobierna Pinochet, vuelve a la RDA y estudia marxismo leninismo en una 7universidad que forma dirigentes. La vida de los exiliados es cómoda, divertida, enriquecida por el contacto con militantes de otros países. Pero la represión se hace evidente. Nada de información de Occidente, los nativos no pueden atravesar el muro hasta cumplir 65 añ0s, y sobre todo, la imagen del muro con todas sus restricciones militares por las cuales tratar de huir es arriesgar la vida, se convierte en el símbolo de esta aventura que durante más de setenta años tuvo a Europa oriental convencida de que estaba logrando un desarrollo único.
En este ir y venir temporal y espacial, el amor ocupa un plano destacado. Por qué? Quizás porque en la juventud el amor es el vinculo a través del cual pueden sostenerse los descubrimientos. Varias son las mujeres con las que sostiene relaciones, una de ellas le dará un hijo, y habrá otra cuya separación revela cómo las ideologías no permiten tampoco el intercambio afectivo sincero.
No voy a contarles el final, que me sorprendió francamente. Porque en un libro como éste –no voy a entrar en el tema de los géneros, más adecuado para un análisis teórico, si ficción, si novela, si novela y ficción- creo que la libertad del lector consiste en elegir si se lo cree o no. Si piensa que esto fue vivido por el Roberto Ampuero que hoy tenemos aquí, o fue imaginado totalmente –como el desierto de La cautiva de nuestro Esteban Echeverría, que nunca conoció el desierto- o combina con libertad imaginativa las propias experiencias con lo que hubiera podido ser y no fue. Pero la historia está ahí, y también las contradicciones: por ejemplo, cuando gracias a la noticia que se filtra de que en Polonia hay una sublevación obrera –emerge el líder Lech Walesa-, los mismo que odian al general Pinochet depositan sus esperanzas en el general polaco Jaruzelski.
Pero aparece aquí entonces un mundo que se reitera en otras de sus novelas políticas: el mundo de los espías. ¿Les suena conocido? A mí ese mundo me fascina desde cuando, siendo chica, jugaba a los espías en el jardín de mi escuela primaria. Claro, era plena Guerra Fría y mi padre, un republicano español que llegó a la Argentina con 19 años, y la actualidad circulaba por nuestra casa aunque no hubiera todavía televisión.
Una de las técnicas de construcción del relato que utiliza Ampuero es precisamente este disfrazar y develar identidades, de modo que nunca estamos seguros los lectores de a quien responde cada uno de los personajes. Y en este caso, es el mismo protagonista el que aprende a cuidarse de todos los que se le acercan. Menos de alguien, y ya lo verán ustedes.
Decíamos mecanismos: el tema de la lealtad y la traición, ligado por supuesto al mundo del espionaje. Pero en otro de sus libros, que leí con emoción hace dos años, “El último tango de Salvador Allende”, la traición aparece de forma desnuda en la figura, por supuesto, del general Pinochet.
Y luego, por supuesto, la técnica de la evocación: los recuerdos son el poderoso elemento que enhebra una historia que es la historia de los personajes pero es también la de todos nosotros, los que, ajenos o no, asistimos a la crítica y el replanteo de las utopías. de este libro citamos “La vida está hecha de recuerdos, no de lo que acontece día a día ni de lo que uno sueña o añora. Esa es la verdad, pensé…”, dice el narrador.

Chile es para mí una tierra y una historia a las que amo profundamente. Fui por primera vez a fines del 69, una chica de pelito rubio y jeans levis, como lo cuento en mi libro “Memorias imperfectas”, que presenté en le última feria del libro de Santiago de Chile –antes que en Buenos Aires por una cuestión de fechas- y firmé precisamente el día en que Ampuero firmaba en el mismo stand “Detrás del muro”. Me acerqué a él porque me llamó poderosamente la atención la coincidencia entre los títulos: memorias imperfectas, memoria imprecisa. Y lo comentamos, y nos cambiamos nuestros libros.
Pero además comparto con Ampuero la historia de la militancia juvenil, los mecanismos de aceptación de lo que luego sabremos que es una impostura, la desilusión cuando se puede comprobar que hubo un “relato” que nos envolvió impunemente, aunque hay que reconocer que hay relatos peores que otros. Y la pérdida de la fe es más dura cuando se comprueba que tampoco el hoy es restaurador de las heridas en ninguno de estos países.

Por ese amor a Chile y a su intento fracasado de llegar al socialismo por la vía democrática, -qué bien lo cuenta Jorge Edwards en su libro “Persona non grata”- es que en “Detrás del muro” hay encuentros que me conmueven. Volodia Teitelboim, el escritor y secretario del PC chileno, con quien quedé varada en el hall de la antigua feria, en Figueroa Alcorta y Pueyrredón, una noche de lluvia en la que yo había coordinado una mesa con David Viñas y Teitelboim sobre los lazos entre Chile y Argentina. Por supuesto José Donoso, mi querido amigo, a quien Ampuero tradujo al alemán y con quien yo caminé por las calles del Santiago del toque de queda cuando viajé hasta allí para hacer unas conversaciones con Pepe, que nunca fueron editadas. Cuantas veces fui a Chile en distintas circunstancias, cuantos amigos antiguos y nuevos tengo todavía, como me duele que el gobierno de la presidente Bachelet, a cuya asunción asistí con mi querida Luz Henriquez, no encuentre la manera de salir adelante.
Y entonces me repito, anoche, insomne, porque escribir estas líneas es para mí todo un desafío –el desafío de la memoria y de la literatura- me repito las palabras que son uno de los epígrafes de esta novela que presentamos hoy:
“Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso”.
Y son de Cervantes, preso de los turcos, autor inmortal, de cuya segunda parte se cumplen este año cuatrocientos años, y de cuya muerte se cumplirán el próximo también cuatro siglos.
Confío en que lo recordaremos.
Y quiero entonces, si me lo permiten, terminar leyendo estas líneas de Ampuero, final de uno de sus capítulos, y quizás lo más autobiográfico de estas cuatrocientas páginas.
“escribo estas líneas en Berlín, con la emoción de percibir aun el rumor de la historia reciente. Pero. ¿qué escribo? ¿Es esto un libro de memorias o una novela? Las memorias, se supone, se ajustan a aquello que ha ocurrido, buscan debajo de las capas de polvo la identidad entre el pasado y la descripción de este, entre lo que viví y lo que cuento. La novela, en cambio, es libre, especula, imagina, describe hechos y no tiene compromiso alguno con la reproducción fidedigna de lo que fue, aunque alberga una verdad profunda en su seno.
Por ello, estas páginas son una novela de mi memoria imprecisa, una obra que emerge de la “memnoimaginación”, esa fusión entre la realidad y la ficción que solo tolera y ampara la mala memoria. La memoria es como esos espejos que han perdido el azogue, o esas fotos en sepia, deslavadas, mutiladas e incompletas, que nos muestran el difuminado beso entre lo que ocurrió y lo que parece que ocurrió.
No hay otra forma de rescatar el pasado. No sirven ni la versión oficial de la historia, porque es unilateral, ni la historia que narran todos sus actores al unísono, pues su infinitud la triza y fragmenta,. Solo queda hacer esto que me he propuesto ahora: narrar cuanto sucedió o recuerdo que sucedió, consciente de las limitaciones de mi memoria y subjetividad, y del riesgo de lo que estas cosas se olviden. Más que un memorialista, soy aquí un juglar medieval que carga con su mermada memoria hasta la plaza del mercado para compartida con otros, que también irán confundiendo y olvidando lo que yo les diga."









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