lunes, 13 de octubre de 2014

"La muerte y la doncella" o el refinamiento de los perversos.

Acercarse al teatro Nacional  Cervantes para ver la pieza de Ariel Dorfman no deberia ser una decisión inocente. Porque la fuerza dolorosa de esta anécdota, la belleza lacerante de su texto, la increible perfección de su puesta y de sus actuaciones debe contar -creo- con un espectador dispuesto en su sensibilidad a recibir esta descarga. Valga la tremenda paradoja.
Publicada por primera vez en 1990, el argentino chileno Ariel Dorfman -tan conocido entre nosotros por sus trabajos críticos, "Para leer el Pato Donald" (1972) es lo que más recuerdo, junto con el belga Armand Mattelart- encaró con grandeza el tema de la tortura a una mujer detenida durante la dictadura pinochetista, por ayudar a escapar a militantes políticos. En la línea de "Portero de noche" (1974), de la directora Liliana Cavani, la víctima y su verdugo se encuentran por azar. Pero Dorfman añade a un tercero, el marido de la víctima, a quien acaban de designar integrante de la comisión que investigará los crimenes cometidos por la represión.
La diferencia entre el contexto histórico chileno y el argentino hace aun más dolorosa la circunstancia que viven los personajes pero también el escribir en ese año este texto epifánico. Porque Pinochet, el artifice del golpe que derroca al gobierno de Salvador Allende y convierte al Estadio Nacional en un patíbulo a ciegas, no se va tan fácilmente. Convive con la Comisión y termina con un lugar en el senado. Pero además -y este es uno de los núcleos centrales de la pieza de Dorfman- no se acepta investigar casos de tortura, sino solamente las muertes. Tremenda hipocresía que deja inermes a los sobrevivientes.
El doctor Miranda, el médico que debe controlar a los torturadores para garantizar que el prisionero siga con vida, se aprovecha de su victima y la somete a sus abusos sexuales mientras el cuarteto de Schubert le sirve de música de fondo.
Y aqui nos enfrentamos con la banalidad del mal, segun Arendt: ¿cómo saber si somos capaces del heroismo de negarnos a ser sirvientes del demonio? ¿Como saber si la culpa nos obligaria a compensar el horror con el desatarse del deseo? Y matar, ¿sirve matar a quien nos destruyó? La tremenda herida, ¿se resuelve con la venganza?
Javier Margulis, Marcela Ferradas, Horacio Peña, Guillermo Santamarina: gracias.
Por la belleza, por el dolor, por permitirnos renovar la memoria y la conciencia.

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