Inventa
un cuento que te sirva de memoria
Nona
Fernández es chilena. Actriz, directora de teatro, autora de series
televisivas. Publicó su primera novela en 2002. Y sin embargo, la conozco de
casualidad en la feria del libro de Buenos Aires, en 2013. Voy a una mesa
redonda (o panel? Cómo se dice ahora? Importa mucho?) me compro su libro porque
me llama la atención la tapa. Un dragón sobre un fondo dinámico. Y hablo con
ella, y me lo firma. Es joven, nació en 1971. Lo leo en el invierno, y lo releo
ahora, en este diciembre agobiante de calor. Y me fascina por segunda vez.
Porque
Nona inventa una memoria sobre lo que es la memoria de todos. De todos los que
hemos vivido los golpes de estado de los setenta.
Las desapariciones, el
silencio, el miedo. No importa cuánto hay de memoria real. No importa cuánto ha
podido vivir esta autora, que era una chica cuando el Chile de Pinochet
aplastaba todo lo que podía haberse construido en muy pocos años de democracia.
En este caso, importa la literatura.
Porque
Fuenzalida ( un apellido que tiene de fuente y de salida, claro) es una
construcción literaria original, donde nada es obvio, donde el héroe tiene
varias caras pero siempre es eso: un héroe, el héroe pequeño, como pueden
haberlo sido muchos. La multiplicación de los Ernesto Fuenzalida tal vez quiera
decir eso: cuantos héroes hubo que fueron anónimos, que se escondieron y
resistieron y se salvaron pero perdieron su autonomía, fueron amenazados y
obligados a entregar algo a cambio de lo que se les quitaba por la fuerza.
Nona
Fernández inventa una protagonista que escribe culebrones, y tiene una receta.
Y la receta es la que la autora aplica a su novela, quizás para tomar una distancia
difícil de tomar, pero que al ponerla en juego precisamente muestra con crudeza
la triste historia de un país aplastado en sus sueños más queridos. “Pedazos de
realidad, astillas de lo cotidiano que quedan clavadas en algún lugar de la
cabeza.” Y es precisamente la cabeza de un chico la que se convierte en el
centro de la historia, un chico que se duerme y hay que internarlo y operarlo
para que salga de su sueño. Mientras sus padres lo acompañan y sufren y esperan
un final que no se sabe cómo será.
La
novela es dramática pero es irónica a la vez, vuelve al pasado pero también
encierra las claves de otros seres que se convirtieron en verdugos porque no
supieron resistir. Y así se armó la red de complicidades que llevó a la
creación de lugares de tortura y muerte, a la desaparición de personas, pero
también al reconocimiento de esa historia en un pueblo que no ignoró ni le dio
vuelta la cara a lo que había ocurrido. Porque las marcas están, y no se van a
borrar en mucho tiempo.
La
autora/narradora incluye lo que llama “”los materiales adjuntos. Parecen ser
testimonios de archivo (lo son?) y añaden un efecto de realidad que no aporta a
la trama, pero se convierte en espejo de lo que la niña narradora, ya adulta,
puede recordar. Imperan sin embargo los fantasmas, ese fantasmal Fuenzalida al
que una fotografía encontrada en la basura vuelve al presente. Aunque no se
pueda enterrar a los fantasmas, como dice la protagonista, ni siquiera debajo
de unas baldosas enceradas.
Baldosas
enceradas como las que hoy señalan algunos lugares muy precisos donde se llevó
a cabo el crimen. Donde murieron aquellos inocentes que quisieron una vida
mejor para todos.
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