Con
motivo de la publicación de la Antología de cuento argentino por Editorial El
Ateneo en sus primeros cien años, el periodista Maximiliano Tomas le dedicó en el diario
La Nación del 5 de diciembre, una columna titulada “Discutiendo con una
antología de cuentos argentinos”. Le agradezco la atención prestada a mi
trabajo, y le pido que conversemos un poquito sobre algunos criterios.
A través
de los interrogantes que maneja Maximiliano Thomas (porqué no Antología del
cuento argentino, por qué no Antología de cuentos argentinos) advierto que hace
falta precisar, quizás como respuesta a un lenguaje que los medios de
comunicación y la divulgación en general aplastan y reducen, las diferencias
entre el uso de un singular totalizador (“el cuento” ) y una preposición que, si
es solamente “de” indica que se van a elegir cuentos en el corpus del cuento
argentino, y si es “del” representará una selección donde figuren, lo más
ampliamente posible, líneas, generaciones, autores. Mi intención fue,
precisamente, no
construir ningún canon. Por eso mi título: Antología de cuento argentino, y no del
cuento argentino, para librarme de una
tarea que he realizado en numerosas oportunidades.
Antologar
ha sido una de mis tareas editoriales quizás más repetidas, desde aquella
primera antología llamada “Los nuevos”, que hice con Luis Gregorich en 1968 o
69, para el último número de la colección Capítulo Argentino, del Centro Editor
de América Latina. Yo era muy joven, me faltaban unos cuantos años para los 30,
pero ya había terminado mis estudios de Letras en la gloriosa Facultad de
Filosofía y Letras de la Uba. No voy a dejarme atrapar por la nostalgia.
Por eso
en esta ocasión adopté un criterio que me permitió relajarme y jugar un poco, y
trabajar bajando de mi biblioteca a todos los autores que, por alguna razón,
conservo entre mis libros. Y a aquellos que recordé como adecuados para mis
ejes de significado. Ejes que me fueron propuestos a medida que decía “este
cuento no puede faltar”.
Pero como
dice Tomas, las antologías no existen sin “objeciones, impugnaciones, olvidos”.
Es verdad. Tampoco existen las evaluaciones de las antologías sin que el
comentarista proyecte sus propios deseos. Y aquí se discute siempre con la
arbitrariedad como instrumento, ya que para mí esta antología de cuento
(quizás no una antología del cuento),
puede existir perfectamente sin Laiseca, Lamborghini o Briante. Tampoco creo que
falten Pauls (a quien premié como jurado en un concurso de cuento de Círculo de
Lectores cuando recién empezaba a publicar y cuyos cuentos aprecio), ni Guebel,
ni Gamerro ni Fabián Casas, que me parece un excelente cuentista.
Otra objeción tuya, Maxi, es que Pron,
Schweblin y Coelho no están entre los nuevos. Te cuento: para mí no son “nuevos” dentro de la categorización armada
para esta antología, ya que todos tienen una carrera literaria consolidada.
A Coelho
y Schweblin ya los había leído en una antología que Tomas no menciona: la de
Diego Trelles Paz, El futuro no es
nuestro, publicada en 2009 por Eterna Cadencia. Y luego seguí sus nuevos
libros. En cambio Zina, Meret, Caldeiro Magnus, son lo nuevo, y el futuro dirá si fue acertado incluirlos. Yo no me
arrepiento.
Maximiliano
Tomas hace una buena crónica de esta antología, pero está demasiado atado a sus
propios prejuicios. O temores propios. Quizás sería bueno que tratara de escuchar lo que en este
libro propone. Y también aceptar que hay preferencias, autores a los que uno no
va a incluir de ninguna manera. Y me respaldan otras tareas con autores contemporáneos, como las
de mis cuatro antologías 12 narradores, realizadas desde 2009, a razón de una
por año, y donde va a encontrar a Bruzzone antes de que se lo semicanonizara, a
Havilio y Mairal, a los que considero grandes, y a muchos otros que no han sido
incluidos en esta Antología de cuento.
En una bolsa con la leyenda Buenos Aires Capital Mundial del Libro 2011 las
tiene todas (alguna ya está en pdf) y si se comunica conmigo las pongo a su
disposición.
Y respecto
a César Aira, me acuerdo de haber comentado para Página 12 su libro La liebre,
de 1991, y recuerdo una anécdota que tiene también muchos años: vino a
visitarme a mi despacho de directora de bibliotecas a fines de los ochenta un
profesor francés, Jean-Claude Villegas. Charlamos mucho, venía de la Sorbonne y
era discípulo de Claude Fell, un reconocido hispanista francés. En mi
escritorio tenía un ejemplar de El
vestido rosa. Las ovejas, de Aira., en su edición de 1984. Se lo di y casi
30 años después él cuenta que le dije “este escritor va a hacer carrera.” Tanto
no me equivoqué…
Una respuesta lúcida como necesaria. Con firmeza y fineza coloca un espejo. Y reconfirma que una trayectoria indiscutible ha dado esa libertad y el criterio para elegir.
ResponderEliminarY algo más, si se me permite algo que puede ser tomado por soberbia: la formación. Porque para ciertas tareas se necesita método, conocimiento de los contextos, sistematicidad, marco teórico. Y se adquiere, guste o no, en la Academia.
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