Entrevisté a Ana María Matute hace casi treinta años. La admiraba a partir de su novela Primera memoria, y del cuento "Pecado de omisión". Pocas escritoras tan fieles a sí misma. Pienso que hoy esta entrevista seguiría pareciéndole bien.
A.M.MATUTE. Puedo decir que
soy una parte de la literatura de mi país y que pertenezco a una generación que
ha sufrido mucho y que ha tenido la experiencia más cruel de los últimos años.
Fuimos sofocados y amordazados de entrada porque la censura de la posguerra fue
una de las más duras y de las más fuertes. No se podía publicar un libro si no
pasaba antes por una rigurosa censura anónima. No sabías por qué te censuraban
un libro. Personalmente tengo la experiencia de dos libros íntegramente
prohibidos. La mayoría de mis libros publicados fueron parcialmente censurados.
Cuando uno piensa cuánto esfuerzo cuesta colocar una coma, un punto, una
palabra aquí o aquí, que vengan estas vandálicas legiones y te arrasen y te
digan esto no, es una convulsión muy grande sobre todo cuando uno nace a la
literatura (como cuando uno nace a la vida). Hay que tener realmente una fe muy
grande en lo que se está haciendo. La fe que sólo se tiene cuando se es joven.
J. DELGADO.
¿Cómo era esa chica que empezaba a escribir y cómo fue que se le ocurrió
escribir en un medio tan sofocante? ¿Cómo se acercó a la literatura? ¿Cuál era
su fragilidad en esos momentos?
MATUTE. Siempre pienso que el
escritor, como cualquier persona, pero más acusado en el escritor, tiene una
gran fuerza, una gran provocación, en su infancia. Mi patria es mi infancia lo
he dicho muchas veces. Creo que en cualquier escritor se pueden detectar
rápidamente los pasos de ese niño que nunca llegó a crecer, de ese pequeño
Peter Pan que vive con mayor o menor fuerza, mejor o peor, más o menos
asfixiado dentro de un escritor. Es como un niño dentro de una enorme casa sin
puertas ni ventanas, que va buscando su salida.
Algún escritor me puede reprochar lo
que yo debo decir, pero en general no me lo ha negado casi nunca y es que la
mayoría de los escritores somos, en el fondo, un poquito tarados. No lo tomen
como cosa peyorativa. Ser tarado es muy positivo. Ser tarado ante la violencia,
ser tarado ante el egoísmo, ser invalido ante la soberbia no está tan mal,
¿no?. Hay otras taras que yo me callo pero que están en la mente de todos: una
incapacidad quizás para la parte práctica de la vida, una incapacidad para
afrontar ciertas cosas que a uno le vienen como un aluvión. El escritor es como
un personaje de un libro mío que veía el mundo con los ojos en las sienes y no
lo veía cuando venía de frente. Sin embargo, con los ojos en las sienes se
captan muchas cosas: es ver lo que los demás no ven y n o ver lo que los demás
ven, pero lo que se ve con los ojos en las sienes puede producir muchas buenas
reacciones y puede ser bastante positivo.
En mi infancia fui
muy retraída. Y hubo una cosa muy importante para toda esa generación de
novelistas: la guerra. La guerra española nos dio una visión del mundo
completamente cambiada, nos volvió el mundo del revés. Cuando un niño vive en
un mundo como era el de las casas de la burguesía a la que pertenecemos los de
mi generación de escritores- está como en una campana de cristal. No se nos
permitía conocer lo que ocurría en el mundo. Y llegó la guerra con una
violencia tremenda, con un trastorno de valores total. La violencia, el hambre,
la crueldad, el odio entraron en nuestras pequeñas vidas de una manera
ostensible. Un niño, como ve las cosas pro primera vez, las ve con una fuerza y
un vigor mayores que cuando se tienen muchos años y el alma y el cuerpo se han
desgastado. Un niño cuando ve algo por primera vez n o lo olvida jamás, Queda
todo grabado ahí dentro para siempre: la guerra fue un revulsivo tremendo. Y yo
creo que toda mi generación no ha podido eludir la guerra en toda la primera
etapa. Es decir, no hemos hecho ninguno el libro de la guerra porque nosotros n
o hicimos la guerra, nos la encontramos puesta. Nos colocaron a un lago o al
otro sin consultarnos y fuimos partes vivas, dolientes, desgarradas y no
participantes de esa guerra. Goytisolo, Fernández Santos, Aldecoa, Sánchez
Ferlosio muchos más, todos tenemos
nuestros libros en los que sin poder evitarlo aludimos a ese crimen.
Los críticos me han
“acusado” de mi obsesión por la incomunicación entre seres humanos, por la
soledad y por Caín y Abel, siempre presentes en mis libros, tal vez notan
ostensibles en libros de otros, si bien yo descubro a Caín y Abel en libros de
otros. Y creo que esto proviene de ese drama que marcó nuestras infancias y las
rompió.
DELGADO: Hay una novela tuya –Primera memoria- que ilustra lo que
acaba de decir. Es una novela de densa poesía, más poética que narrativa, y sin
embargo es narrativa. ¿Cómo fue concebida su protagonista? ¿Por qué esa chica
no quiere ser buena y se hace amiga del chico malo del pueblo?
MATUTE. Aquí hay que matizar un poco
las cosas. En realidad el malo es el bueno y el bueno es el malo. Con esa
justicia natural que tienen los niños ella se pone de parte del odiado contra
el oficialmente bueno que es un pillo tremendo. Hay un sentimiento de justicia
en todos los niños. En todos, porque hay niños que no son niños. Yo, por ejemplo,
cuando veo un niño le veo en los ojos lo que va a “vender” cuando sea mayor. A
veces no es un niño. Hay personas que no tienen infancia. Y esto se conoce
enseguida. Pero el que es niño niño, con sus cosas buenas y sus cosas malas,
tiene un profundo sentido de justicia.
DELGADO: Ha escrito mucho para niños.
¿Para cuáles?
MATUTE: Cuando yo escribo para niños
escrito para cualquier niño, como para cualquier hombre y mujer cuando me
dirijo a los adultos. Cualquier niño que tenga una afinidad con alguna pregunta
mía. Escribir no es más que una cosa: protestar y preguntar. El escritor es un
ser que duda. El escritor no da soluciones, más bien plantea problemas.
DELGADO: ¿Siente que hay una
diferencia entre la literatura hecha por las mujeres y la literatura hecha por
hombres?
MATUTE: En determinados casos sí. Los
libros de Colette jamás los podría haber escrito un hombre, pero La montaña mágica tal vez no la hubiera
podido escribir una mujer. Pero no importa. Lo que importa es el libro y el ser
y el sufrimiento que hay detrás de él. El escritor es un ser sufriente,
dolorido. Es una bestezuela herida aunque lo oculte y sea un buen gallito y
engreído. No importa si es hombre o mujer el que escribe. Lo que importa es lo
que ese hombre o esa mujer comunican al lector y lo que intenta recibir del
lector. A una escritora española le decía (los tontos, claro): se te nota que
eres una mujer. Y ella decía: pues claro, porque soy una mujer.
Yo no sé si escribo como una mujer o como un hombre. Muchas veces
pienso que no soy ni una mujer ni un hombre, que no soy nada. Desde pequeña me
sentí muy marginada. Perdonen que haga pequeñas confidencias pero hemos venido
para hablar y hay que decir algo. Un escritor siempre coloca su ser desnudo
para que los demás lo pisoteen, lo recojan. Tuve la suerte de nacer en una
familia “acomodada”; pero eso n o quiere decir que no sufriera. También los
niños de clase acomodada pueden sufrir mucho sintiendo el peor mal que aqueja
al mundo entero: la falta de amor.
DELGADO. Tú eres catalana. ¿Cómo es tu
relación con la lengua catalana? ¿Cómo influye el ti tener que escribir en el
“otro idioma”?
MATUTE: Nuca ha afectado. , Yo creo
que un escritor escribe en la lengua en que piensa. Yo soy catalana de
nacimiento y mi padre era catalán. Pero mi madre era castellana e imponía el
idioma castellano en casa. No sé por qué pero los niños hablan el idioma de la
madre. Yo pienso en castellano. Amo profundamente Cataluña. Amo el idioma
catalán, una de las lenguas más bellas que conozco, pero escribo en castellano
sin tener trastorno alguno. Escribo en la lengua en que siento, vivo y espero.
Después de tantas dudas, sospechas,
recelos como tiene el escritor, con el mundo de espaldas o de frente, la verdad
es que un escritor es un ser solitario. Escribir es una aventura solitaria. Y
solidaria. Porque escribir es, además de preguntar, preguntarse. Es un acto de
fe y de esperanza. Escribir es creer en uno mismo. Y para terminar recordaré un
verso de un gran poeta español de la generación del 27, Luis Cernuda. Para mí
es como la Biblia de mi labor y creo que todo escritor lo siente así: “Creo en mí
porque algún día será todas las cosas que amo.
Buenos
Aires, Feria del Libro, 11 de abril de 1985.
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