sábado, 14 de diciembre de 2013

El placer del antólogo. Juego o compulsión?





Con motivo de la publicación de la Antología de cuento argentino por Editorial El Ateneo en sus primeros cien años, el periodista Maximiliano Tomas le dedicó en el diario La Nación del 5 de diciembre, una columna titulada “Discutiendo con una antología de cuentos argentinos”. Le agradezco la atención prestada a mi trabajo, y le pido que conversemos un poquito sobre algunos criterios.
 A través de los interrogantes que maneja Maximiliano Thomas (porqué no Antología del cuento argentino, por qué no Antología de cuentos argentinos) advierto que hace falta precisar, quizás como respuesta a un lenguaje que los medios de comunicación y la divulgación en general aplastan y reducen, las diferencias entre el uso de un singular totalizador (“el cuento” ) y una preposición que, si es solamente “de” indica que se van a elegir cuentos en el corpus del cuento argentino, y si es “del” representará una selección donde figuren, lo más ampliamente posible, líneas, generaciones, autores. Mi intención fue, precisamente, no
construir ningún canon. Por eso mi título: Antología de cuento argentino, y no del cuento argentino,  para librarme de una tarea que he realizado en numerosas oportunidades.
Antologar ha sido una de mis tareas editoriales quizás más repetidas, desde aquella primera antología llamada “Los nuevos”, que hice con Luis Gregorich en 1968 o 69, para el último número de la colección Capítulo Argentino, del Centro Editor de América Latina. Yo era muy joven, me faltaban unos cuantos años para los 30, pero ya había terminado mis estudios de Letras en la gloriosa Facultad de Filosofía y Letras de la Uba. No voy a dejarme atrapar por la nostalgia.
Por eso en esta ocasión adopté un criterio que me permitió relajarme y jugar un poco, y trabajar bajando de mi biblioteca a todos los autores que, por alguna razón, conservo entre mis libros. Y a aquellos que recordé como adecuados para mis ejes de significado. Ejes que me fueron propuestos a medida que decía “este cuento no puede faltar”.
Pero como dice Tomas, las antologías no existen sin “objeciones, impugnaciones, olvidos”. Es verdad. Tampoco existen las evaluaciones de las antologías sin que el comentarista proyecte sus propios deseos. Y aquí se discute siempre con la arbitrariedad como instrumento, ya que para mí esta antología de cuento (quizás no una antología del cuento), puede existir perfectamente sin Laiseca, Lamborghini o Briante. Tampoco creo que falten Pauls (a quien premié como jurado en un concurso de cuento de Círculo de Lectores cuando recién empezaba a publicar y cuyos cuentos aprecio), ni Guebel, ni Gamerro ni Fabián Casas, que me parece un excelente cuentista. 
Otra objeción tuya, Maxi, es que  Pron, Schweblin y Coelho no están entre los nuevos. Te cuento: para mí no son “nuevos” dentro de la categorización armada para esta antología, ya que todos tienen una carrera literaria consolidada. 
A Coelho y Schweblin ya los había leído en una antología que Tomas no menciona: la de Diego Trelles Paz, El futuro no es nuestro, publicada en 2009 por Eterna Cadencia. Y luego seguí sus nuevos libros. En cambio Zina, Meret, Caldeiro Magnus, son lo nuevo, y el futuro dirá si fue acertado incluirlos. Yo no me arrepiento.
Maximiliano Tomas hace una buena crónica de esta antología, pero está demasiado atado a sus propios prejuicios. O temores propios. Quizás sería bueno que tratara de escuchar lo que en este libro propone. Y también aceptar que hay preferencias, autores a los que uno no va a incluir de ninguna manera. Y me respaldan  otras tareas con autores contemporáneos, como las de mis cuatro antologías 12 narradores, realizadas desde 2009, a razón de una por año, y donde va a encontrar a Bruzzone antes de que se lo semicanonizara, a Havilio y Mairal, a los que considero grandes, y a muchos otros que no han sido incluidos en esta Antología de cuento. En una bolsa con la leyenda Buenos Aires Capital Mundial del Libro 2011 las tiene todas (alguna ya está en pdf) y si se comunica conmigo las pongo a su disposición.
Y respecto a César Aira, me acuerdo de haber comentado para Página 12 su libro La liebre, de 1991, y recuerdo una anécdota que tiene también muchos años: vino a visitarme a mi despacho de directora de bibliotecas a fines de los ochenta un profesor francés, Jean-Claude Villegas. Charlamos mucho, venía de la Sorbonne y era discípulo de Claude Fell, un reconocido hispanista francés. En mi escritorio tenía un ejemplar de El vestido rosa. Las ovejas, de Aira., en su edición de 1984. Se lo di y casi 30 años después él cuenta que le dije “este escritor va a hacer carrera.” Tanto no me equivoqué…


2 comentarios:

  1. Una respuesta lúcida como necesaria. Con firmeza y fineza coloca un espejo. Y reconfirma que una trayectoria indiscutible ha dado esa libertad y el criterio para elegir.

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  2. Y algo más, si se me permite algo que puede ser tomado por soberbia: la formación. Porque para ciertas tareas se necesita método, conocimiento de los contextos, sistematicidad, marco teórico. Y se adquiere, guste o no, en la Academia.

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