martes, 31 de diciembre de 2013

De piedras y libros: las tres erres de Rodrigo Rey Rosa

La primera vez que visité Cartagena de Indias, Colombia, al hacer el check-in en el aeropuerto para volver a mi país, me precedía una pareja de jóvenes y elegantes franceses que llevaban consigo una niñita de unos cinco años, de piel oscura y pelo rizado. Alguien me había comentado ya que muchas parejas europeas elegían niños de familias que padecían condiciones de pobreza muy grandes, y algunas pertenecían a las tierras tomadas por la guerrilla. Era el año 1998.
Termino de leer este relato de Rodrigo Rey Rosa, "Piedras encantadas", y una vez más me deslumbra su capacidad de interpretar realidades marginales, pero al mismo tiempo emblemáticas de nuestra América. Ahora es Guatemala, claro, y un episodio menor que se convierte en una estrella luminosa, de triste luz. Esta vez la adopción es a la inversa. Un chico belga, Silvestre, ha sido adoptado por un matrimonio guatemalteco. A Silvestre le gusta andar a caballo, su madre adoptiva lo lleva a alquilar unos ponies y ocurre una desgracia inesperada: un hombre que maneja una camioneta lo atropella. A partir de aquí se desarrolla una complicada intriga que nunca quedará clara para el lector, pero que una vez más sirve para mostrar la impiadosa realidad de Guatemala. Como dice el narrador al comenzar la historia,
 "Guatemala. Centroamérica. 
El país más hermoso, la gente más fea.
Guatemala. La pequeña república donde la pena de muerte no fue abolida nunca, donde el linchamiento ha sido la única manifestación perdurable de organización social."

Todo esto dicho por un narrador impersonal a Joaquín, que ha regresado
de vivir en España y no sabe si entiende ese mundo donde los empresarios exitosos llevan chaleco antibalas y los niños son botines de guerra y los abogados solamente defienden a quienes les pagan por deshacer responsabilidades criminales. Y estos dos planos -el narrador abiertamente externo y el protagonista- destacan ese carácter de observador que suele ser el foco desde el cual el autor inscribe lo autobiográfico, no interesa si lo autobiográfico le pertenece realmente.
Como todos los relatos de Rey Rosa, su mirada le permite manifestar claramente las desigualdades: entre pobres y ricos, blancos y mestizos, emprendedores y vagos, lúcidos o tontos, leales o traidores.
Y en el centro de la intriga, un niño, un niño que mientras está en el hospital experimenta

 "un intenso deseo de mirarse en el espejo. Era tan distinto de todos -de Faustino e ileana, de las caras que veía en la televisión, de los niños del colegio o de la cara de aquella enfermera que, con un par de pinzas, le estaba sacando las partículas de pavimento que tenía incrustadas en la piel."

Un niño que termina en la calle, sin que sepamos cual va a ser su suerte, ni quien ha movido los hilos de su intriga.
Historia abierta, germen de culebrón, de triste culebrón centroamericano.
Y contrastando con "Piedras encantadas" (2001), "Severina" (2011), diez años después, casi la misma cantidad de páginas, y como lo define su autor, "un delirio amoroso". Pero también un guiño a quien se haya convertido -como yo-. en un lector absolutamente atrapado por su estrategia literaria.
Una estrategia que te sorprende cada vez. Porque "Severina" admite una lectura literal, la historia de amor, la seducción del librero fracasado como escritor y una mujer osada, lectora apasionada, misteriosa como todos los personajes de Rey Rosa, y la otra, donde interpretamos una bella metáfora: Severina es ese demonio misterioso de la lectura, que nos se apodera de nosotros y no nos deja. Tampoco nos muestra el camino, nos lleva con los ojos vendados por un recorrido donde no faltan las sorpresas. Un padre/amante/ abuelo, un librero musulmán que engaña a nuestro protagonista, una muerte inesperada, las identidades falsas que no permiten declarar una muerte, Y también esa mezcla de códigos mayas y costumbres coloniales.
¿Cómo logra Rey Rosa climas tan distintos? La soledad de Silvestre, el niño europeo botin de no sabemos bien qué venganzas e intrigas criminales, la soledad del librero/escritor fracasado que solo puede completar la compañía de una aventurera encantadora de doble nombre.
"Historias siniestras o fantásticas", eso dijo de él Roberto Bolaño. Otro escritor que dio vuelta las cartas. Cambió el juego.



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