miércoles, 28 de diciembre de 2011

"Escribir para no morir", dice Michel Foucault

Escribir para no morir, como decìa Blanchot, o incluso quizás, hablar para no morir es una tarea sin dudas tan vieja como la palabra. Las más mortales decisiones, inevitablemente, permanecen suspendidas mientras dura un relato. Como se sabe, el discurso tiene el poder de retener la flecha, ya lanzada, en un retroceso del tiempo que es su propio espacio.

Es posible que, como dice Homero, los dioses hayan enviado las desgracias a los mortales para que éstos pudieran contarlas, y que en esta posibilidad la palabra encuentre su infinito recurso; es posible que la cercanìa de la muerte, su gesto soberano, su relieve en la memoria de los hombres excaven en el ser y el presente el vacìo a partir del cual y hacia el cual se habla. Pero la Odisea, que afirma ese regalo del
lenguaje en la muerte, cuenta a la inversa cómo Ulises ha regresado a su casa; repitiendo, exactamente, cada vez que la muerte lo amenazaba, y para conjurarla, cómo -mediante quèeardides y aventuras- habia logrado sostener esa inminencia que, otra vez, en el momento en que el acaba de tomar la palabra, vuelve en la amenaza de un gesto o de un peligro nuevo...
Michel Foucault, El lenguaje al infinito

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